martes, 20 de mayo de 2008

REFULGENCIA

Hale, otra ración de vuestros héroes favoritos. O antihéroes. O pringados, directamente. Esta vez un relato mas largo, separado en capítulos, que sigue siendo tan innecesario leerse como los anteriores. Le he cambiado el título porque el que tenía antes era feo de cojones y me daba vergüenza ponerlo aquí, la verdad. Mis mas fieles fans lo recordarán.


Y sin más dilación...



REFULGENCIA
(EDICIÓN ESPECIAL)


Eran las 5 de la mañana, y aunque el gallo ya no estaba, ¡qué diablos!, después de toda la vida no vas a abandonar así como así tus costumbres. Por eso las gentes del pueblo ya estaban levantadas.

En la taberna “el Calnelo Amalillo” todo transcurría con normalidad. El tabernero, que ahora se llamaba Uan Chun Lin, seguía siendo chino. De todas partes del reino llagaban curanderos que, enterados de su mal, le ofrecían remedios contra la ictericia. Pero él no se los tomaba, sino que los echaba en la cerveza. Y estaba más rica.

La Espada en el Techo estaba tranquila esa noche. Giman se estaba depilando las cejas y las pestañas, y cuando hacía eso no estaba para nada ni para nadie. No oía el hambre de sus tripas, ni el hambre del demonio, el brujo y el inodoro que llevaba en ellas. Tampoco oía los gritos de la clientela pidiendo cerveza, comida y un médico. Ni tampoco oía los alaridos de Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, mientras sus amigos le pateaban por doquier. Y aquella noche, mientras Giman se depilaba, sus amigos pateaban al Nano y los clientes se mesaban los cabellos unos a otros en una apuesta de destreza, llegó el emisario del rey. La puerta se abrió, las ventanas se cerraron, las velas se apagaron, a los clientes les volvió a crecer el cabello, lo que les deprimió muchísimo, y el tabernero...

- ¡Busco a los héroes del reino! - dijo el Emisario.

- ¡Ah, ah! - dijo el Nano.

- ¡Mmmmmmgggpfffs! - gemía Giman, cuando volvió a intentar arrancar la Espada del Techo. Aparte de todo eso, silencio.

- ¡Pero bueno! ¿Es que no me va a contestar nadie? - gritó el Emisario. En ese momento, alguien prorrumpió en sollozos desde debajo del mostrador.

- Tú, dime si... - el emisario se acercó al mostrador, y el terror se mostró en su semblante cuando contempló al tabernero convertido en una criatura tricolor, blanca por el medio, negra por la derecha y amarilla por la izquierda. Aterrado, el Emisario se ahorcó del techo de la taberna.

- Me pregunto qué diablos querría - dijo Coñan.

- Vete a saber - dijo Pipumpapumpí, el gemelo feo.

- ¡Grrrouurrrpfffgs! - dijo Bárbara.

- ¡Grrrouurpfsds! - gimió Giman tratando de desclavar la Espada en el Techo, y debió ser algo muy ofensivo, porque Bárbara le arreó un escobazo.

- ¡Te lo mereces por capullo! - dijeron las tripas de Giman.

- ¡Ma’dita se mi suelte! ¿Y ahora qué voy a hace’? - se lamentó el posadero.

- ¿Te ocurre algo? - le preguntó el Guerrero del Antifax, y el tabernero le arrojó a la cabeza un barril de vino.

- ¿Te pa’ece poco? Soy un lalo espécimen de la sociedad moderna, si me descub’en me usalán en expe’imentación científica - contestó el posadero.

- ¡No te preocupes, buscaremos una cura para ti! - dijo el Nano, y le pegaron.

- ¡Oh, gracias! - dijo el posadero, conmovido.

- Pongámonos en marcha - dijo Pipumpápumpi, el gemelo guapo.

A la mañana siguiente el suelo de la taberna estaba llena de pelos, y varios grupos de voluntarios se encargaban de buscar entre la maraña a unos señores bajitos, que nadie sabía dónde estaban. Los héroes partieron hacia el peligro, pero partieron por una ventana, que por la puerta no se podía salir. Insistieron en que la ventana por la que debiera salir el Nano fuera una situada a la altura de un 5º, y aunque se hizo un poco de daño, se le pasó pronto.

- ¡Bueno! ¿Dónde podemos buscar una cura para el tabernero? - preguntó el Guerrero del Antifax.

- Pues creo que... - dijo el Nano, y le pegaron.

- Quizá en el Oráculo de Belfos nos podrían informar - dijo Giman.

- Bien, me gustaría preguntarle algunas cosillas a la bruja - dijo Coñan.

Tardaron muchas lunas en llegar hasta la montaña del Oráculo, pero al fin su majestuoso pico se alzó ante ellos, que lo contemplaron hasta que les entró tortícolis.

- ¿Quiénes sois, y qué queréis? - preguntó el guardián del Oráculo.

- Somos nosotros, y no te importa - respondió Giman, el cual se sintió asolado.

- Bien, pasad - dijo el guardián. La sala del Oráculo era enorme. Tan grande, que si la intentaseis llenar de agua luego os harían fregarla. Coñan decidió ser el primero en hablar con la sacerdotisa.

- Soy el Oráculo de Belfos. Habla y yo solucionaré tu problema - dijo la sacerdotisa.

- Yo soy Coñan, el bárbaro. Me llaman así porque a mi primo le gustaba el zumo de frutas. Vengo a preguntarte algo, bruja. Verás, fui arrebatado de mi pueblo cuando era niño, antes de que mi padre me explicara los enigmas del Universo. Por eso no sé qué deberé decirle a Cromf, que vive en el cielo aunque está en la tierra, cuando muera. Cuando muera yo, no Él. Sé que me preguntará el enigma del acero ¡como si Él no lo supiera! Pero no puedo decirle que es porque su mano tiene pelos, ya que Giman no tiene pelos y es muy fuerte. De hecho, el acero tampoco tiene pelos. Bueno, cierta vez vi... ¡bah!, ahora no importa. El caso es que él, Giman, ha perdido su espada, que era muy fuerte. Tanto él como la espada. ¡Y tampoco tenía pelos! Ninguno de los dos, quiero decir. Por eso quería preguntarte, bruja: ¿debería depilarme yo también? - dijo Coñan. La bruja, que ya no le oía, pues hacía rato que su conciencia huyó hasta el más remoto rincón de su mente, perdiendo todo brillo de inteligencia en sus ojos, sólo acertó a decir “Nooooo...”, con lo que Coñan se dio por satisfecho. Al salir, les dijo a sus compañeros que ya podían hablar con la bruja, pero sólo Boing Bum Tchack estaba en condiciones de hacerlo, porque los demás se estaban dedicando a derribar la columna central del templo a cabezazos, tarea a la que se sumó Coñan casi al instante. El Parjolillo sabía que debía darse prisa en hablar con la bruja, pues ya los cimientos de la estructura estaban comenzando a ceder.

- ¡Oh! Oráculo de Belfos, te pido que me ilumines con tu sabiduría y tus conocimientos - dijo el Parjolillo ante el cuerpo de la sacerdotisa, con los ojos desorbitados y babeando asquerosamente.

- Aaarrrggffffllllssññ - dijo la bruja.

- Tienes que decirme dónde encontrar una cura para el posadero ¡agh! - dijo el Parjolillo, sorprendido por el salvaje corte que se había hecho en el muslo al rascarse.

- Aurrgfls - el... tabernero... ¡hijijijiji! - dijo la sacerdotisa, sonriendo.

- Tienes que decírmelo ¡aaaargh! - dijo el Parjolillo, dolorido por el calambre que le dio en un anca. Al moverse, se fracturó un dedo con el brazo de la silla.

- Uuuuungf... la... cura... argsfl - balbuceó la bruja.

- Por favor... ¡aughgh!, dímelo - sollozó el Parjolillo. Dolorido por el corte que se hizo al morderse un labio, echó la cabeza hacia atrás con tal fuerza que se fracturó el cráneo contra el respaldo de la silla. Con una conmoción cerebral, y casi en coma, pudo oír los cabezazos que sus amigos propinaban a la columnata, así como los primeros crujidos que ominosamente anunciaban el fin de aquel templo. Por el bien de todos, debía darse prisa.

- Haaay... unaaa... curaaa... argfsl - dijo la bruja, y pareció desmayarse.

- Tienes... que... decírmelo... - dijo el Parjolillo. Al levantarse de la silla para intentar llegar hasta ella, ésta cayó haciendo palanca sobre su anca izquierda, rompiéndosela. Boing Bum Tchack gritó horriblemente.

- Despierta... ¡debes... decírmelo! - dijo el Parjolillo mientras, a duras penas, intentaba arrastrarse por la mesa para llegar hasta la sacerdotisa. No podía ver bien a causa de la sangre que manaba desde su frente hasta sus ojos. Pero seguía avanzando hacia ella. Debía hacerlo. En ese momento, el Parjolillo introdujo sus dedos en una juntura de la mesa, que era plegable, ésta se cerró debido a su peso, aplastándoselos. Su grito no fue oído por los héroes que continuaban dando cabezazos a la columna principal del templo, ni por los que ya habían sucumbido, ni tampoco por los monjes que, a la salida, se cedían constantemente el paso unos a otros, pues estaban muy bien educados. Como ninguno aceptaba la oferta, por caballerosidad, seguían allí, y algunos ya habían sido aplastados. Las primeras piedras empezaron a caer en la sala del Oráculo. El Parjolillo, aguantando el dolor, zarandeó a la sacerdotisa para que reaccionara.

- ¿Dónde está la cura? ¡Despierta, debes decírmelo! - la bruja parecía reaccionar a los esfuerzos del Parjolillo. Una piedra cayó en uno de los extremos de la mesa, enviando al Parjolillo y a la bruja volando al otro lado de la habitación. Al caer, Boing Bum Tchack se rompió algunos dientes, pero eso no fue nada, pues acto seguido un montón de cascotes le fracturaron el anca izquierda. Su grito resonó entre el estruendo de alrededor.

- La... la Cueva... del Dolor... agfs - dijo la bruja mientras el Parjolillo luchaba por llevársela fuera de ahí. Mientras, los monjes esperaban ansiosos que alguien aceptara su educada invitación de una condenada vez para poder huir de allí. Todos los héroes habían sucumbido, pero Coñan seguía de pie, dispuesto a derruir él solo el templo.

- Debrisa, debebos falir de aguí - decía Boing Bum Tchack mientras arrastraba a la bruja con los dientes. Sentía que su mente se iba. La conmoción y las demás heridas que había sufrido le debilitaban cada vez más. De pronto cayó en la cuenta de que él solo no podría salvarlos a todos. A punto de caer en la desesperación, vio a los monjes cederse el paso y una idea genial iluminó su mente. Tanto, que Coñan se detuvo por el súbito resplandor. Aquello le dio tiempo al Parjolillo para actuar.

- ¡Señores monjes! ¿Serían tan amables de ayudarme a mis amigos y a mí a salir de aquí? - dijo, y los monjes, que eran muy amables, le ayudaron ipso facto. En el momento en el que Coñan derruía el templo, los monjes ya habían sacado a todos de su interior. No había ningún herido grave, aunque los que llevaron al Parjolillo quedaron con ceguera grave durante 22 meses a causa del brillo de su cabeza. Con un gran estruendo, el templo del Oráculo de Belfos se derrumbó sobre sus cimientos. Los monjes quedaron desolados, se les había acabado la vida fácil. Y cuentan que tanto ellos como la sacerdotisa se vieron obligados a viajar hasta países extraños donde como no les entendían, podían hablar tranquilamente de cosas guarras. Pero esa es otra historia y ahora no viene a cuento. Mientras, Coñan, según salía de entre los escombros, gritaba que le debían una comida, que había ganado no se qué apuesta.

Una vez reunidos, nuestros héroes se curaron de sus múltiples contusiones y patearon al Nano. Tras esto, hicieron planes de campaña.

- Bien, el primer paso es encontrar esa cueva del dolor - dijo el Guerrero del Antifax.

- Se lo podríamos preguntar al Oráculo de Belfos - dijo el Nano, y le pegaron.

- Grrooouuuurpffsss - dijo Bárbara.

Sin decidirse por un curso de acción determinado, nuestros jirous (heros) partieron hacia el norte, que a algún sitio llegarían. Al poco tiempo, avistaron un poblado que evidentemente había sido saqueado. Al acercarse decidieron hablar con algún aldeano.

- Hoy hace buen tiempo, ¿verdad? - le preguntó Pipumpapumpí a un labriego que se desangraba.

- ¿Qué ha ocurrido? - preguntó el Guerrero del Antifax a un labriego que no se desangraba.

- Evidentemente, la aldea ha sido saqueada - respondió.

- ¿Quién ha sido? - preguntó Giman, el cual se sintió ofuscado.

- ¡Los orcos! Se han llevado casi todas nuestras provisiones para el invierno.

- ¡¿Casi todas?!

- Sí, escondíamos muchas en aquel granero.

- ¡Aaaaal ataqueeeee! - gritó el Guerrero del Antifax. En seguida todo el pueblo estaba devastado, y nuestros héroes aprovisionados.

- ¡Menos mal que los orcos no se lo llevaron todo! - dijo Coñan demorándose en un lapsus.

- Sí - dijo Giman, el cual se sintió hidrolizado. Mas adelante, nuestros héroes se encontraron con los orcos. O con lo que quedaba de ellos. Al parecer habían muerto de un ataque de cistitis aguda motivado por su dieta.


SEGUNDA PARTE: LA BÚSQUEDA

Al llegar a Endorfingus, la capital de Guerinofil, nuestros héroes fueron manteados durante 497 horas por un grupo de domingueros que luego huyeron en un Porsche. Tirados en el camino fue como los encontró una pareja de enamorados camino de la capital. Les dieron tanta pena que ella decidió beberse una pócima que habría de sumirla en un trance semejante a la muerte, del que sólo podría despertarla un beso de amor. Pero él, creyéndola muerta de verdad, se fue a celebrarlo con sus amigotes, sin darle el beso que habría de despertarla. Por ese motivo siguió durmiendo. Y cuentan que con sus ronquidos no dejó dormir a ninguno de los animalillos del bosque, por lo que éstos murieron de cansancio y los ciudadanos de Endorfingus murieron de hambre al no tener caza. Pero esa es otra historia.

Más tarde, otro ciudadano encontró a nuestros héroes tirados en el bosque. Decidió subirlos a su carro y llevarlos a la ciudad. Una vez allí, se los vendió al carnicero para que los despachara como ternera lechal. Pero en cuanto empezó a hacer filetes con ellos, se despertaron y, dándose cuenta de su situación inmediatamente, patearon al Nano para luego liarse a leches con el carnicero y sus ayudantes, arrasando por completo la tienda. Las gentes de la ciudad, que estaban hartas del carnicero por venderles la carne aguada, acogieron a nuestros héroes como eso, héroes. Les hicieron grandes loores, pero no muchos, no fuera a ser que se acostumbraran. El alcalde en persona, al que a fuerza de comer carne sobresaturada de hormonas le estaban creciendo criadillas en los sobacos, decidió acoger a los héroes en su casa, en prueba de buena fe. Y ya de paso les ofreció su ayuda.

- Estamos buscando la Cueva del Dolor. ¿Sabe dónde se halla? - dijo el Nano.

- Sí - respondió el alcalde mientras alguien pateaba al Nano.

- Ehhh. Bien. ¿Y dónde se encuentra? - dijo el Parjolillo.

- Depende. Aquí tenemos una cueva para cada dolor: el de cabeza, el de muelas, el de páncreas... ¡ay! - respondió el alcalde, algo dolorido por cerrar mucho los brazos. - El de esto, también.

- ¡Oh, bien! ¿Y ahora a cual vamos? - dijo Coñan mientras Giman derramaba el ponche por las paredes.

- Ohmmmmmm - dijo Pipumpapumpí en medio de una Epifanía.

- ¡Aaaaaahhh! - dijo el Nano, en medio de una paliza.

- Bueno, por una habrá que decidirse - dijo el Guerrero del Antifax mientras Giman prendía fuego al ponche que había derramado por la habitación. En un momento, todos se encontraron rodeados por las llamas. En cuanto la alcaldía comenzó a arder, las gentes de la ciudad se acercaron para asar castañas. Mientras tanto, nuestros héroes trataban de escapar.

- ¡Vamos a morir, y todo por mi culpa! - dijo Giman, el cual se sintió devastado.

- ¡Capullo! - le dijeron sus tripas.

- ¡No podemos salir, ay, ay, ay, ay! - dijo el Nano, y le pegaron.

- ¡Tiene que haber una forma de salir de aquí! - dijo Coñan mientras las gentes de la ciudad montaban una fiesta con bailes.

- No te culpes, compañero, saldremos de ésta - consoló el Guerrero del Antifax a Giman. El fuego ya llegaba a la planta superior, que tenía la altura de un 5º, pero como ellos estaban en la baja, no les importó demasiado. Fuera, las gentes de la ciudad empezaron a perder la fe.

- ¡La ventana, es nuestra única oportunidad! - dijo Boing Bum Tchack, y todos se lanzaron contra la ventana. Pero su esperanza pronto se esfumó, pues la ventana era blindada, y el alcalde no se sabía la combinación para abrirla.

- ¡¿Y ahora cómo salimos?! - dijo el Nano, y le pegaron.

- Tranquilizaos, saldremos de ésta - dijo Pipumpápumpi, el gemelo guapo. Pero no tenía muchas esperanzas. En la calle, la gente comenzó a adorar a dioses ateos y a trazar estrellas mágicas en el suelo. De ellas surgían demonios que arrastraban consigo a muchos de los incautos que estaban cerca. Para colmo, los demás puntuaban bajísimo las desapariciones, para hacerles rabiar. La mayoría preparaba rituales satánicos de sacrificio y miraba a los que se encontraban atrapados en el incendio. Pipumpápumpi sabía que si se salían de aquello, sería para caer en algo mucho peor. Ajenos a todo, sus compañeros trataban de abrir la ventana, golpeándola en un desesperado intento por que cediera. Pero no cedió, y al final le dio tiempo a la casa a quemarse del todo, así que escaparon rodeando la ventana blindada, que era lo único que había quedado intacto. Nada más salir, la chusma se lanzó sobre ellos, y nuestros héroes decidieron huir. Recorrieron toda la ciudad buscando una salida, pero el alcalde estaba puesto a dedo y no conocía el lugar, de modo que no tardaron en perderse. Por las calles, las gentes que seguían en sus casas les arrojaban piedras, tomates y parientes. Pronto la ciudad se llenó de cadáveres, fruta pocha y frasquitos de cristal llenos de un líquido azulado, que nadie sabía lo que era. Por suerte para nuestros héroes, de pronto los habitantes de la ciudad la palmaron de gastroenteritis, pues seguían una dieta que el carnicero había aprendido de los orcos.

- ¡Esta vez nos hemos librado por poco! - dijo Coñan.


TERCERA PARTE: SIGUE LA BÚSQUEDA

Al salir de la ciudad, nuestros héroes tuvieron que acostumbrarse a la ausencia de casas. Caminando por el campo pisaron, sin darse cuenta, a multitud de animalillos que constituían el único sustento de las gentes de aquel lugar. Éstas, al no tener qué comer, se fagocitaron unas a otras para sobrevivir. Y cuentan que algunas de esas gentes, que no quisieron convertirse en caníbales, se convirtieron en turistas, y visitando países y pueblos llegaron hasta un lugar en el que no se ponía el Sol, por lo que murieron achicharrados. Pero esa es otra historia.

Giman hacía la guardia, mientras se depilaba la planta de los pies. De pronto, oyó un ruido. Al mirar en la dirección de la que provenía, cosa que le llevó un par de minutos, vio un grupo de orcos que se acercaba. Analizando la situación, decidió que había que salir pitando. No tardó mucho en marcharse, por eso los orcos no se preocuparon de él y se limitaron a pulverizar a nuestros héroes, que seguían dormidos cuando empezaron a apalearles. Giman volvió cuando ya los orcos se habían ido. Como sus compañeros seguían durmiendo, él siguió montando guardia. Cuando por fin despertaron, nuestros héroes comprobaron que Giman les había depilado a todos por completo, cosa que les mosqueó muchísimo.

- No se por qué se molestan, están mejor así - dijo el demonio, que había subido a 9º nivel.

- Desde luego, ya no podrán tomarles el pelo - dijo el druida, también desde las tripas de Giman. Tripas que pronto procedieron nuestros héroes a patear, por lo ofensivo de los comentarios.

- ¡Agh, agh! ¡Que son mis tripas! - gemía Giman. El viaje continuó sin incidentes, hasta que llegaron a la entrada de una cueva.

- ¡Esta debe ser la cueva que andamos buscando! - dijo el Guerrero del Antifax.

- ¿Y cómo lo sabes? - le preguntó Coñan.

- Es la única con la que nos hemos encontrado - respondió.

- ¡Tiene razón! ¡Entremos! - dijo Pipumpápumpi, el gemelo guapo. Nuestros héroes encendieron unas antorchas y se golpearon con ellas hasta la inconsciencia. Cuando despertaron ya no tenían antorchas, pero no les importó demasiado, pues al Parjolillo todavía le brillaba la cabeza, así que le utilizaron para iluminar el camino. Nada mas entrar en la cueva, el Guerrero del Antifax derribó la entrada a hachazos, dejando a nuestros héroes atrapados.

- ¡Estamos atrapados! ¡Y todo por mi culpa! - dijo el Guerrero del Antifax.

- No te preocupes, estas cosas pasan, pero saldremos de aquí - le consoló Giman, el cual se sintió horripilado. Al no tener otra cosa que hacer, nuestros héroes siguieron adelante. Tras muchas horas, nuestros héroes llegaron a una inmensa cueva, en la que había un también inmenso dragón negro. El enorme ser les vio, y se acercó a ellos. Nuestros héroes reaccionaron como un solo hombre.

- ¡Nooo, no nos mates, por favor!

- ¡Piedad, piedad, piedad!

- ¡Soy muy joven para morir! - dijo el Nano, y le pegaron.

- Pero si yo no os iba a matar. Va contra mi naturaleza - dijo el dragón.

- ¿Cómo, no eres un peligroso dragón negro que escupe ácido sulfúrico? - dijo Pipumpapumpí, el gemelo feo.

- No, no. Yo soy un dragón de cabecera, me dedico a curar gente, y sólo escupo ácido acetilsalicílico - respondió el dragón.

- ¡Oh, pues yo tengo una migraña que no puedo! ¿Te importaría? - dijo el Nano.

- ¡Cómo no! - dijo el dragón, y le echó un lapo al Nano.

- ¡Huy, qué bien! ¡Ya estoy mejor! - dijo el Nano, y le pegaron. Pero le pegaron poco, porque en seguida el dragón usó su salvaje fuerza para arrear a nuestros héroes.

- ¡Maldita sea, lo acabo de recomponer, no me lo estropeéis! - Rugió el dragón.

- No les pegues, dragón. Son mis amigos - dijo el Nano, pero bajito, no fuera a ser que le oyera.

- Bueno, yo me llamo Gunufo, ¿y vosotros? - dijo el dragón. Terminadas las presentaciones, el Nano le contó a Gunufo el problema del tabernero.

- Hmmm, sí, yo conozco una cura para eso - respondió.

- ¡Fantástico! ¿Podrías decírmela?

- Bueno, la receta es muy complicada, y sólo yo puedo hacerla. Así que os acompañaré a visitar al tabernero.

- ¡Genial! - dijo el Nano, y no le pegaron.

Al día siguiente, el dragón abrió la entrada de la cueva y, como no tenía alas, caminaron todo el rato, en dirección contraria a la posada, por que eran muy despistados. 7 veces intentaron patear el Nano y otras tantas fueron rechazados por las zarpas de Gunufo. Sólo las tripas de Giman parecían satisfechas por aquella escalada de terror que se cebaba en los pobres aventureros. Después de 5 días de viaje, vislumbraron una humareda a lo lejos.

- ¿Qué podrá ser eso? - preguntó Coñan.

- Seguramente fuego - dijo el Nano, y no le pegaron porque Gunufo fue más rápido.

- Me duele que pegues a mis amigos, Gunufo - dijo el Nano, pero sus carcajadas le desmentían. Cuando acabó, Gunufo discutió con el Nano acerca del posible origen del humo. Los héroes no entraron en el debate porque no estaban para nada ni para nadie. Cuando se acercaron al origen del humo, vieron una ciudad sitiada por los orcos, que se estaban alimentando de las cosechas de cereales.

- ¡Si toman alimentos sanos serán invencibles! - dijo el Nano, y decidieron no pegarle en cuanto Gunufo levantó su zarpa.

- ¡Debemos ayudarles! - dijo el Guerrero del Antifax, irreconocible sin su barba.


CUARTA PARTE: EL SITIO DE CHIDURFIN

Nuestros héroes no tardaron en tomar contacto con los habitantes de Chidurfin, los chidurfistas. Tomaron contacto concretamente con una partida de exploración que les confundió con un grupo de orcos que se habían depilado para camuflarse entre la gente, y les atacaron. En cuanto intentaron pegar al Nano, bastaron unos zarpazos de Gunufo para deshacer el entuerto.

- Somos de Chidurfin, y hemos partido en busca de alimentos - dijo uno.

- Sí, los orcos se han apropiado de casi todas las provisiones - dijo otro.

- Os confundimos con orcos camuflados, pero ahora reconozco al gran Giman, aunque los demás estáis muy cambiados - dijo otro más.

- Y además a los orcos no les brilla la cabeza - dijo otro que había allí.

- ¡Grumpfs! - dijo el Parjolillo, irreconocible en su aureola luminosa y su total calvicie. Su comentario debió de ser muy ofensivo, porque Bárbara le corrió a escobazos.

- Debemos entrar en la ciudad, ¿cómo podemos hacerlo? - preguntó Coñan.

- Por este pasadizo - dijo uno. Y efectivamente, ahí había un pasadizo. Pronto se produjo la triste despedida. Tras untarse el cuerpo en melaza, la expedición partió en busca de alimento. Sólo llevaban encima unos víveres robados a los orcos. Dichos víveres les produjeron tal diarrea que todos se fueron vaciando por el camino, menos uno, que con el tiempo llegó a ser un hombre sabio y respetado.

Mientras, nuestros héroes recorrían el mismo punto del laberíntico pasadizo por enésima vez y decidían tumbarse a esperar el fin. En un estado lamentable fue como los encontró un grupo de guardia de la ciudad, que los recogió, se los llevó, y se perdió también, con lo que tuvieron que ser rescatados por otro grupo de guardia que se conocía el camino.

Una vez en la ciudad, nuestros héroes despertaron y planificaron la defensa del lugar, cosa que enfadó a los chidurfistas por no dejarles meter baza en el asunto. Por eso decidieron pegarles a todos menos al Nano, por razones obvias.

- Está... bien, decid lo que sea, ¡agh! - dijo Coñan.

- ¡Esos orcos nos han robado la comida, y es de excelente calidad! - dijo uno, pero no el mismo uno de antes.

- Eso ya lo sabemos - dijo Giman, el cual se sintió aplanado.

- Sí, pero no por nosotros - respondió el uno.

- ¡¿Y ahora qué podemos hacer?! - dijo otro, que tampoco era el mismo otro de la otra vez.

- ¿Cómo son vuestras fuerzas militares? - preguntó Giman.

- ¡Así! - exclamó el uno abriendo mucho los brazos.

- Entonces no deberíais tener problemas - dijo el Guerrero del Antifax.

- ¡Tengo una idea! Sólo tenemos que infiltrarnos en el campamento de los orcos, llegar a sus despensas y cambiar la fecha de caducidad de todos los alimentos - dijo el Parjolillo. Al principio pensaron que aquello era una chorrada, pero cuando se le iluminó la barriga comprendieron que era una idea genial. Boing Bum Tchack, en cambio, sollozó amargamente.

- ¡Buena idea! ¡Partiréis ahora mismo! Os acompañará el mejor de mis hombres. ¡Fingungu! ¡Ven aquí! - dijo el otro. Al ver al guerrero que había sido llamado, nuestros jirous (heros) comprendieron que no pudieran con los orcos. Fingungu “el Baboso” era un fuerte guerrero, pero tenía la manía de babear mucho, de limpiarse en las manos, y de restregárselas luego por todo el cuerpo, lo que hacía que presentara por toda su superficie una capa de babas viscosas que le hacían pegarse a todas partes. Sonaba mal, era lento, no podía correr, y hacía un ruido muy asqueroso al moverse. Las mamás chidurfistas les decían a sus hijos que no se limpiaran con las manos o se volverían como Fingungu “el Baboso”. Cuando los niños le veían se asustaban tanto que se volvían anacoretas compungidos, por lo que las mamás le odiaban. Bueno, la verdad es que le odiaba toda la ciudad. Por eso iban a aprovechar aquella ocasión para deshacerse de él, enviándolo al exterminio junto con los extranjeros. No es que fueran xenófobos, pero por si acaso.

Aquella noche, el Nano propuso un plan de acción. Era buenísimo, pues el Nano era un gran estratega. Todos aceptaron el plan porque en cuanto fueron a pegarle, Gunufo les pateó.

- Bien, esos orcos no saquearán más ciudades - dijo el Nano, y los héroes pegaron al Parjolillo, a falta de otra cosa. Gracias a Fingungu encontraron la salida del subterráneo. Una vez fuera, nuestros héroes empezaron a pensar que quizá no tuvieran éxito.

- Giman - dijo Coñan.

- Coñan - dijo Giman.

- No estoy seguro de que el plan funcione.

- ¿Por qué? Es muy bueno.

- Sí, pero el plan depende de que podamos aparentar ser una familia de pingüinos bien avenidos.

- ¿Y?

- ¿¿Y?? ¿Cómo vamos a conseguirlo con un guerrero que se adhiere a todas las superficies, un mago que brilla, un dragón enorme y unas calvas como las que tenemos?

- ¡¿Qué tienes contra las calvas?!

- ¡Son ridículas! - se burló Coñan y Giman le atacó, dispuesto a darle su merecido. Alertados por el ruido de la pelea, nuestros héroes se despertaron. Fingungu les empujó, tratando de separarles, pero sus manos se quedaron pegadas a ellos.

- ¡Maldita sea! ¡Suéltame! - gimió Giman, intentando despegarse, sin conseguirlo. Bárbara, el Guerrero del Antifax, el Parjolillo, los bardos y el Nano acudieron en su ayuda, pero sólo consiguieron quedarse adheridos ellos también.

- ¿Y qué vamos a hacer ahora? - dijo Pipumpapumpí mientras trataba de soltar sus piernas arrastrándose con las manos. Bárbara, con el vientre adherido a Coñan, trataba de liberarse haciendo palanca con su escoba, pero también ésta quedó atrapada. Los bardos trataron de soltarse cantando baladas de amor, pero no sirvió de mucho. De pronto, un grupo de orcos apareció, atraído por el tumulto.

- ¡Vais a morir! - gritaron los orcos.

- ¡Maldita sea, no podemos defendernos! - dijo Giman, el cual se sintió atolondrado.

- ¡No os preocupéis! ¡Yo os salvaré! - dijo Gunufo, y se lanzó al ataque. Nuestros héroes redoblaron sus esfuerzos. No tenían mucha confianza en que un dragón que escupía aspirinas pudiera salvarles de los orcos. Por suerte para nuestros amigos, los orcos, debido a su anterior dieta, tenían úlcera gastrointestinal, alergia a salicilatos, cirrosis hepática, insuficiencia renal aguda y además eran hipovolémicos. Debido a todo eso, el ácido acetilsalicílico les provocó pólipos nasales, ardores, dispepsia, nauseas, visión borrosa, anemia y hemofilia, por lo que murieron de shock traumático generalizado.

- ¡Esta vez nos hemos librado por poco! - dijo Coñan.

QUINTA PARTE: LA INCURSIÓN

- Bien, debemos acercarnos al campamento orco sin llamar la atención - dijo el Nano, y pegaron al Guerrero del Antifax.

- Perfecto, traed los trajes de camuflaje - dijo Giman, el cual se sintió estupefacto.

- ¡No los encuentro! - dijo Boing Bum Tchack. Todos se rieron, porque el chiste les pareció muy bueno, pero cuando les dijo que era verdad, que no los encontraba, le pegaron por inútil.

- Bien, para llevar a buen término la misión, creo que deberíamos despegarnos - dijo Coñan, y a todos les pareció buena idea. Gunufo logró despegarles no sin algunas dificultades. Después utilizó sus habilidades médicas para realizarles injertos de piel. Cuando acabó, se dirigieron hacia el campamento. Les fue fácil burlar a los guardias orcos, que estaban emperifollándose unos a otros. Una vez dentro del campamento, decidieron separarse. Tras la clásica escena en la que todos se desean buen viaje y esas cosas, el Nano se fue con Giman y Gunufo, los dos gemelos fueron juntos por otra parte, Coñan y Bárbara se acercaron al otro extremo del campamento y el Guerrero del Antifax acompañó a Fingungu hasta la mayor tienda del campamento.

El Nano, Giman y Gunufo llegaron pronto a la despensa, y aprovechando que a los guardias les había dado un cólico nefrítico alteraron la fecha de caducidad de todos los alimentos para mañana.

- Con esto bastará - dijo Giman, el cual se sintió deshonesto.

- Vámonos - dijo el Nano, y Giman se contuvo. Mientras tanto, los dos gemelos se desesperaron cuando vieron un cartel que decía “Tumbuctú: 2 km.”. No veían el campamento por ninguna parte. Coñan y Bárbara se encontraron de frente con un pelotón de orcos, y entablaron combate. Mientras se peleaban, los orcos empezaron a apostar sobre el resultado, la mayoría por Bárbara. Por su parte, el Guerrero del Antifax y Fingungu se acercaron a una choza en la que había extraños personajes practicando brujería, y decidieron atacarles.

- ¡Pásame un puñal, Fingungu! - dijo el Guerrero del Antifax. Fingungu le pasó un puñal, pero fue incapaz de soltarlo porque se había quedado pegado. El Guerrero del Antifax también quedó pegado al mango del puñal. Intentando soltarse, ambos quedaron con ambas manos aprisionadas en el puñal y sus cuerpos adheridos entre sí. Lograron ponerse en pie antes de que el alboroto que habían causado atrajera a multitud de orcos. Pero no pudieron huir porque sus pies estaban pegados al suelo. Por suerte para nuestros héroes, se les habían adherido al cuerpo multitud de hojas secas y polvo, dándoles un aspecto realmente amenazador.

- ¡Dos monstruos! ¡Aaaah! - gritaron algunos orcos, olvidando que ellos también eran monstruos. Los que no fallecieron por fallo cardiovascular huyeron a toda prisa del lugar. De resultas de aquello se formó un gran revuelo en el campamento. Alertados, nuestros héroes se temieron lo peor y fueron pronto a ver qué pasaba. Todos menos los gemelos, que le preguntaban el camino de vuelta a un señor viejo sentado, con trajes de piel curtida, gorro de plumas y pinturas en la cara, que no paraba de decir ¡jao! También Bárbara decidió dejar de pegar a Coñan y acudió al lugar de los hechos mientras los orcos que contemplaron su pelea se repartían las apuestas antes de morir por insuficiencia renal. Cuando todos estaban reunidos al lado de la gran tienda, vieron al Guerrero del Antifax y a Fingungu convertidos en una abstrusa estatua de polvo y hojarasca. Estaban rodeados por muchos orcos. Pero éstos no se acercaban, atemorizados por su aspecto y por los gruñidos esporádicos que lanzaban para tenerles alejados.

- ¿Y ahora cómo les sacamos de este lío? - dijo el Nano, y pegaron a Bárbara, pero ésta les corrió a escobazos a todos. Por suerte para nuestros héroes, a los orcos les tocaba la incursión de las 9,15 y se fueron, dejándoles a solas con Fingungu y el Guerrero del Antifax. A tenor de experiencias pasadas, decidieron pedirle directamente a Gunufo que les separara, cosa que hizo encantado.

- Bueno, ¿qué hay en esa tienda? - dijo el Nano, y pegaron a Coñan.

- Brujos humanos. No se que estarán haciendo - dijo el Guerrero del Antifax.

- Observémoslos - dijo el Nano, y pegaron a Pipumpapumpí, que ni siquiera estaba allí. Los brujos se encontraban laborando con extrañas pociones y viejos pergaminos.

- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Cuando en la Torre Negra descifren estos pergaminos binarios, ya nada podrá detener al Ejército Oscuro - dijo el brujo alto.

- ¿Y cómo les haremos llegar a los de la Torre los pergaminos? - preguntó el brujo medio.

- ¡Sencillo! Con estos transmisores de imagen digitalizada por vía telefónica - respondió. Al oír esas palabras, el Nano se temió lo peor.

- ¡ Aaaaarrgh! - gritó el Guerrero del Antifax mientras se lanzaba de un salto contra el aparato que estaban utilizando los brujos. Éstos trataron de detenerle, pero el Guerrero le asestó 9 hachazos al fax antes de poner los pies en el suelo. Nuestros héroes decidieron intervenir.

- ¡Maldito! ¡Has destruido el fax y los pergaminos que contenía! ¡Pagarás por ello! - dijo el brujo bajo.

- ¡Coñan, ataca al brujo alto! - dijo el Nano.

- ¿A cual? ¿A éste? - dijo Coñan señalando al brujo mayor.

- No, al mayor no. Al alto - dijo el Nano.

- ¿Y cual es la diferencia?

- Coñan, serás muy bueno destripando gente, pero no llegarás a ser un buen guerrero mientras no sepas la diferencia entre el brujo bajo, el alto y el mayor.

- Bueno... yo...

- Mira, ese brujo es alto, y ese también, pero ese es el mayor porque es el más alto.

Mientras Coñan y el Nano discutían, nuestros héroes pasaron a la acción. Excepto los gemelos, que estaban huyendo de un oso blanco en medio de un lago helado. El brujo mayor lanzó un sortilegio contra el Guerrero del Antifax, y éste empezó a vislumbrar la veracidad de las palabras. El Parjolillo, en revancha, le convirtió en una ensaimada feliz.

- ¿Ves? Como el que fuera el brujo mayor ya no está, ahora el más alto pasa a ser el mayor - decía el Nano.

- No he acabado de comprenderlo bien. Si era el alto ¿por qué ahora es el mayor? . preguntó Coñan.

- ¡Guerrero! ¡No nos falles ahora! ¡Lucha! - gritó Giman al Guerrero del Antifax, y se sintió obnubilado.

- Sí, ahora comprendo lo que me quieres decir, amigo Coñan - dijo el Guerrero del Antifax, que ahora comprendía la veracidad de sus palabras. Fingungu se enzarzó en un cuerpo a cuerpo con el brujo mayor, que antes era el más alto, y ambos quedaron pegados al suelo. Sólo quedaba el brujo pequeño, porque al menor lo había pisado alguien sin darse cuenta.

- ¡No me detendréis! - vociferó. Lanzó un terrible sortilegio contra Bárbara, pero Giman se interpuso a tiempo, recibiendo todo el impacto. Mientras nuestros héroes pateaban al brujo, Bárbara se arrodilló junto a Giman.

- Bárbara, unggf, esto... lo he... hecho por... ti - dijo Giman, y con un sollozo Bárbara empezó a patearle las tripas. Mientras, el brujo pequeño, que ahora era el menor, se retorcía de dolor por la paliza que le estaban propinando. Se quejaba tanto que tuvieron que patearle más para que se callara, lo que hacía que chillara aún más. Esto provocó un círculo vicioso que continuó durante toda la vida del brujo. Y cuentan que el lugar se convirtió en centro de peregrinación de gentes que venían a patearle con la esperanza de que se callara, pues llegaron a pensar que aquel que produjese tal milagro obtendría un gran don de la diosa de las orgías. Pero esa es otra historia y ahora no viene a cuento. Mientras pateaban al brujo, Giman se comió la ensaimada feliz que no paraba de decir que se la zampasen, que estaba muy buena. Pero no sirvió para que Giman se recuperara, pues en cuanto el que fuera el brujo mayor llegara a sus tripas, empezó a hablar desde ellas, dándole las gracias por consumirle. Pronto empezaron a llegar los Chidurfistas. Cuando algunos les relevaron de la tarea de patear al brujo menor, que antes era el mas bajo, les contaron que su plan fue un éxito, que los orcos al ver que la comida iba a caducar pronto, se la comieron toda y reventaron. Mientras tanto, la Torre Negra estallaba para que no se escapara ningún malo.

SEXTA PARTE: LA VUELTA

Un mes más tarde, cuando los héroes ya habían abusado bastante de la gratitud de aquellas gentes, decidieron marcharse del lugar. Justo entonces llegó un circo procedente de remotas tierras. Entre sus atracciones estaban los bardos gemelos, en un número en el que cantaban en equilibrio sobre una cuerda de polietileno a 20 metros del suelo sobre una cuba llena de pirañas salvajes. Además, hacían malabarismos con platos típicos de la región sin que se derramaran, mientras desde el suelo, 6 focas deprimidas les arrojaban un surtido variado de minerales exóticos envueltos en panfletos subversivos escritos en papel reciclado. Cuando vieron de nuevo a los héroes, decidieron volver a su vida de nómadas junto a ellos, y abandonar el circo. Según nuestros héroes se alejaban de la ciudad, el circo se derrumbaba en llamas sobre todos los ciudadanos congregados allí, exterminándolos.

Tras muchas correrías, regresaron al “Calnelo Amalillo”, y Gunufo pudo aplicarle la cura al posadero, el cual se volvió verde. Y cuentan que se enamoró de una marciana muy guapa y se fue con ella por esas galaxias, hasta que se vieron perseguidos por un ranger del espacio, llamado Han Conleche, que les acusaba de traficar con pseudópodos artificiales. Pero esa es otra historia. El caso es que el negocio lo heredó un hermano suyo que no cambiaba de raza, sino de especie.

Al fin, Gunufo se despidió de nuestros héroes y se fue. Mientras se iba, el Nano le siguió con la mirada, hasta que se perdió en el horizonte.

- Es una pena que Gunufo se vaya, ¿no creéis, chicos? - dijo el Nano, y le pegaron.

FIN


3 comentarios:

capolanda dijo...

Pues no me acuerdo del título original. No obstante, estoy seguro de que has eliminado una frase, esa que aclaraba que era el Parlojillo quien expulsaba espuma por la boca y bizqueaba mientras hablaba con la sacerdotisa (que a ratos es una bruja, XD).
Como historia, es la más original: ¡El Nano no recibe por hablar, e incluso discute civilizadamente con Coñan! Gunufo es un crack. Y como en la versión colgada en Dreamers, el pobre Parlojillo se rompe ¡dos veces! el anca izquierda. Ya lo dije, pero me gusta este personaje porque es el que tiene mayor número de papeles durante los relatos: Sustituto del Nano, cobarde, genio...
En fin, espero la siguiente.

Chuck Draug dijo...

¡Grande Gunufo, el dragón negro que escupe ácido acetilsalicílico! Y una vuelta de tuerca para el Nano que él muy bien agradece. Y Fingungu... ay, Fingungu... xD

Zanthia Khalá dijo...

que gracioso el dragon XDD me encanta