viernes, 29 de agosto de 2008

EL NUEVO INQUILINO


Volvemos a ser tres en mi casa: mi hermana, yo... y un pequeño ratoncito gris que se nos ha colado. Lo curioso es que el condenao está localizado únicamente en el piso de arriba, no se cómo habrá llegado hasta ahí. Ahora a pensar cómo leñe lo cazo, a ser posible sin matarlo para soltarlo por la calle, con sus colegas.

¡Mardito roedore!

ACTUALIZACIÓN I: Anoche cacé al ratoncito con una trampa que compré en una ferretería. La compré ayer mismo, justo antes de recordar que el Atreides se había ofrecido a ayudarme a construir una. Se me había olvidado por completo, ejem. Menos mal que no lo sabrá nunca porque no lee blogs a menos que le obliguen. Lo divertido del caso es que la trampa tenía un ganchito en el que colgar la comidita rica de cebo y que, al tocarla, soltaría la tapa de la jaula que se cerraría por acción de un muelle.

Tuve que levantarme tres veces a modificar el puto ganchito con unos alicates porque no había forma de que hiciera saltar la trampa. Menos mal que el ratoncito colaboró y, una vez apagadas las luces, volvía presto a meterse en la trampa a comer pan duro. Le dejé un cacho pan y un tapón de plástico lleno de agua, que el pobrecito llevaba casi una semana atrapado en mi habitación sin comer ni beber. Se lo zampó todo, menuda hambre arrastraba el condenao.

En fin, esta mañana he ido a soltarlo a una especie de parquecito nuevo que hay cerca. Como está entre el cementerio, el tanatorio, una gasolinera y una autopista, no hay nada de público ni paseantes, asi que espero que estará tranquilito.

Jo, ahora me da pena haberlo soltado. Me había acostumbrado a él. Snif.


ACTUALIZACIÓN II: Añadida un afoto del interfecto. Se ve fatal porque está hecha con móvil. Tengo que comprarme una cámara wena, leñes.


martes, 5 de agosto de 2008

Bueno con sus amigos

Hace mucho que no juego a rol. Demasiado. En contra de lo que la gente suele opinar, aleccionada por el periodismo amarillista, jugar a rol es una experiencia sanísima. De verdad, lo dicen los médicos. Aunque ellos lo llaman risoterapia. La verdad es que no recuerdo una sola partida en la que no nos hayamos reído en algún momento hasta caer de las sillas. A veces era un no parar, de principio a fin de la partida.

Cuando empecé con esto fue gracias a Raul, un amiguete que conocí en el instituto. No, Raúl Atreides no, otro. El Atreides se unió poco después.

Uno de los tipos que se apuntaba a las partidas, y cuya casa solíamos usar para reunirnos, era David Sandwich. No se llamaba así en realidad, claro. Le pusimos ese apodo porque tenía la costumbre de hacerse un sandwich a media reunión y zampárselo mientras nosotros le mirábamos comer. No porque nos resultara fascinante, sino porque no nos invitó jamás a nada. No teníamos otra cosa que hacer, salvo que hubiera partida.

El caso es que él fue de los últimos en unirse a la pandilla. Al principio se mostraba algo reacio porque consideraba que eso era cosa de niños y no servía para ligar con chicas (¿?) pero luego, viendo que nos reuníamos bastante gente, se animó a probar. Y se quedó.

Dudo que alguno de los que me leen no sepan qué es un juego de rol, pero al visitante ocasional le explicaré que es una mezcla entre un juego de mesa y el teatro improvisado. Tienes que interpretar un personaje y, para ello, primero tienes que crear uno. Se podría decir que el personaje tiene dos dimensiones: las que pertenecen al juego y sus reglas, definidas por una serie de datos apuntados en una hoja de papel conocida como "ficha de personaje", y las que lo definen como individuo, es decir, su personalidad, historia, aficiones, amistades, etc, que aunque a veces se apunten en la ficha suelen permanecer en la imaginación del jugador. Si es que le interesa, claro. La mayoría de los jugadores se conforman con las estadísticas de la hoja y se limitan a matar todo lo que se mueva durante la partida.

David Sandwich pertenecía sin duda a ésta última categoría. Cuando jugó por primera vez, al D&D básico, se hizo un guerrero humano cuya única descripción, escrita en la hoja, decía que era "guapo, alto, moreno y cachas".

Mas tarde jugamos al Señor de los Anillos (el basado en Rolemaster) y decidió llevar a un montaraz del norte que, entre otras cosas, era "guapo, alto, moreno y cachas".

A veces descansábamos de tanta acción jugando a La llamada de Cthulhu. Interpretábamos a osados investigadores de los años 20, profesores de universidad, estudiantes, periodistas, médicos... y destacando entre tanta lumbrera se hallaba un atleta universitario que era "guapo, alto, moreno y cachas".

Empezamos a ver una pauta en todo eso.

Uno de mis juegos favoritos siempre fue el de Star Wars. Sencillo, rápido, y podías llevar alienígenas. Yo siempre me hacía alienígenas, claro está, igual que en los demás juegos me hacía elfos, centauros o magos. En el de Cthulhu solo me hacía personajes humanos porque las criaturas de los Mitos no eran jugables, que si no...

El caso es que cuando fuimos a jugar una partida con David Sandwich éste se hizo un contrabandista que, por supuesto, era "guapo, alto, moreno y cachas". Raúl y yo nos miramos y decidimos que iba siendo hora de ponerle fin a aquello. Le sugerimos que le diese a su personaje una dimensión mas y le añadiese una personalidad, para variar. Después de pensárselo mucho, escribió en su hoja de personaje uno de los haikus más hermosos que he podido leer jamás.

"Soy bueno con mis amigos, y con la buena gente.
Soy malo con mis enemigos, y con la mala gente.
En resumidas cuentas: soy un buen amigo y un terrible enemigo".

Aquel Campeón Eterno que aparecía en todas nuestras partidas tenía ahora un alma.

Y la cosa habría terminado ahí de no ser porque, años más tarde, otro grupo distinto realizamos una nueva partida y uno de los jugadores, demasiado vago para hacerse un personaje nuevo, decidió tirar de uno ya hecho. Efectivamente, escogió a aquel contrabandista guapo, alto, moreno y cachas que era bueno con sus amigos y malo con sus enemigos. Después de leer la descripción del personaje gritó una sola frase.

- "¡Es Sly!".

Despues de lo cual, comenzamos la partida. Decidió interpretar a su personaje imitando la voz de Rambo. Bueno, la de su doblador. En fin, para ser mas precisos, imitaba la imitación que hacían muchos humoristas del actor que doblaba a Rambo. Aquel haiku se convirtió en el 90% de la conversación de aquel contrabandista que, cada vez que se encontraba ante un reto, o se liaba a tiro limpio o, tras quedarse un rato pensando, empezaba a recitar "soy bueno con mis amigos..." (recuerden, imitando a Rambo).

Al final de la partida el poema original se vio enriquecido con dos versos nuevos: "Dios mío, esto es un infierno" y "no siento las piernas".

Fue una de esas partidas en las que casi acabamos en coma de tanto reír. ¿Por qué lo dejaríamos?