viernes, 25 de abril de 2008

TRAUMATISMO GRATUITO

Ya que sigo de sequía creativa, aprovecharé para subir otro de esos estúpidos relatos de fantasía absurda. Ya quedan pocos, no se qué haré para postear cuando se acaben.






TRAUMATISMO GRATUITO
(EDICIÓN ESPECIAL)


Como habían liquidado al gallo, ahora la gente se despertaba sobre las 12 del mediodía, y el día de hoy no era una excepción. La vida transcurría con normalidad. Los pájaros se comían las cosechas, los lobos arrasaban el ganado, las hordas de orcos masacraban a los niños, en fin, todo era normal. Ajenos a su destino, nuestros héroes pasaban el tiempo plácidamente en la taberna “el carnero negro”. El Guerrero del Antifax les contaba a los parroquianos cómo de regreso al pueblo se habían encontrado con unas réplicas suyas, a las que dieron muerte tras patear a los dos Nanos. Hay que aclarar que como no sabían el destino que había corrido Pipumpapumpí, el gemelo feo, se quedaron con el que encontraron, aunque antes le cortaron las dos orejas y el rabo, por lo que quedó más feo. Como quiera que el Guerrero del Antifax no se explicaba muy bien, su audiencia creyó que les estaba relatando la manera en la que los Purlachufos siembran los pepinos con los dientes. Los Purlachufos son una raza amable y de buenos sentimientos, que tienen cabeza de cocodrilo, cuerpo de cigüeña, brazos de gorila, piernas de topo, rabo de conejito, dientes de hipopótamo, melena de león, barba de 6 días y orejas de elefante. A pesar de todo, se creen una raza hermosa.

Cuando por fin acabó su relato, el Guerrero del Antifax se dirigió hacia donde se encontraban sus amigos mientras los hombres con los que había hablado se mesaban las barbas unos a otros.

- ¿Qué pasa, chicos? ¿Alguna novedad? - preguntó el Guerrero del Antifax a sus amigos. Pero éstos no le contestaron, pues Giman trataba de desclavar su espada del techo, y los demás jugaban tranquilamente a las cartas mientras por debajo de la mesa pateaban cómodamente al Nano.

En ese momento, entró un emisario del rey, vestido con una capa negra. Como no llevaba más, se rieron de él. Excepto el posadero, que por más que se escondió no pudo evitar volverse chino. Por encima de las risas y sin poder contener el rubor, el emisario consiguió hablar.

- Es que me han robado mientras dormía - dijo.

- Seguro que ahora quieres que toquemos el acordeón - rió Pipumpapumpi su propio chiste. Como nadie más le vio la gracia, le lincharon entre todos los de la taberna. Ahí o uno dice buenos chistes o se calla.

- ¡Debéis acompañarme al Concilio Blanco, donde se os encomendará una misión! - dijo el emisario, tratando de taparse con la capa.

- ¡Segulo que ahí son todos blancos! No hay delecho - dijo el posadero.

- Usted se calla, peligro amarillo - dijo Coñan sin ningún reparo.

- Ggggmmmmmnnfs - gemía Giman tratando de desclavar la Espada en el Techo.

- ¿Cómo sabemos que no miente? - dijo el Parjolillo.

- Sólo lo sabréis acompañándome - dijo el emisario, y la verdad es que tenía razón. Los héroes decidieron acudir a la cita, no sin antes patear al Nano. Al salir vieron a un labriego esculpiendo una vaca, la cual sangraba por todas partes.

Nada más salir del poblado, agarraron al emisario y lo colgaron de un árbol por los accesorios, para que se espabilara. Y cuentan que estuvo allí tres días con sus noches hasta que alguien le quiso descolgar. Se trataba de una hermosa mujer que después de verle como había quedado, pensó que estaría mejor sin ellos y se los cortó para dárselos a su perrito faldero. Después de aquello, el emisario tuvo que ganarse la vida como odalisca. Pero esa es otra historia y... nada más.

No tardaron mucho nuestros héroes en llegar a la Torre Blanca, sede del Concilio del mismo color, pero sí tardaron en encontrar la entrada. Les llevaron a una gran sala donde Salfuman, el más poderoso brujo de la orden, Gandulf, el Vago, y Elno, el medio elfo, estaban siendo manteados por unos domingueros que luego huyeron en un Porsche. Tras una espera de 163 horas, pudieron hablar.

- ¡Hola! - dijeron.

- ¡Nos habéis llamado, y hemos venido! - dijo solemne Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, antes de que sus amigos le tirasen por encima una caja de polvos picapica. Los guardias, que no comprendían nada, se volvieron tontos.

- Os necesitamos para que llevéis un mensaje al rey del Bosque Fucsia, pues en esta hora ha de ayudarnos contra el Enemigo, que está empezando a despertar - dijo Salfuman mientras el Nano se empezaba a rascar por todo el cuerpo. Los mayordomos le miraron retorcerse hasta volverse idiotas.

- ¿Cuándo despertará el Enemigo? - preguntó Giman, el cual se sintió abrumado.

- Bueno, siempre se echa la siesta de 4 a 6 - contestó Elno mientras el Nano se subía por los muebles rascándose en un paroxismo de convulsiones. De pronto, Elno empezó a insultarse a sí mismo y a darse collejas. Esto se debía a que era medio elfo, y su parte humana era xenófoba, y en estos momentos se estaba metiendo con la parte elfa, la cual se las daba de víctima, pero también daba guerra cuando quería. Gandulf creyó conveniente continuar con la conversación.

- Creo conveniente que continuemos con la conversación - dijo.

- Nos parece bien - dijo el Guerrero del Antifax mientras el Nano se retorcía por el suelo rascándose, con las ropas hechas jirones.

- El mensaje está escrito en un pergamino de sebo de rana que a su vez se halla dentro de un cofre, el cual transportaréis vosotros, y que no deberéis abrir bajo ningún concepto - dijo Gandulf.

- ¿Es que está protegido por un poderoso hechizo? - preguntó el Parjolillo mientras el Nano continuaba rascándose y empezaba a sangrar por todo el cuerpo.

- No, es que la jodida tapa está algo rota y no hay quien la cierre después - respondió Gandulf mientras el medio elfo empezaba a pegarse patadas y hacerse llaves de lucha libre a sí mismo. Las criadas, al ver eso, se volvieron imbéciles. Salfuman prosiguió, tras patear un poco al Nano.

- ¡Venga, coño, largaos de una vez! - dijo, y los héroes partieron. Cuando se habían marchado, y Elno dejó de pegarse a sí mismo, los tres brujos vieron cómo todos sus sirvientes se habían vuelto imbéciles, y ahora estaban colgándose de las cortinas, lanzándose objetos y, en fin, imitando los más bajos instintos de los primates, por lo que decretaron que, cuando terminaran la misión, los héroes fueran masacrados por gafes.

Como no había forma de que el Nano permaneciera quieto en la silla de su caballo, le ataron a ésta por un pie y lo arrastraron por el camino, rascándose, sangrando y con la ropa hecha trizas. La gente, al verlos pasar, les arrojaba monedas, que recogían eficientemente los bardos gemelos. Al final, llegaron hasta un río, y los héroes decidieron remojar al Nano para que se estuviera ya quieto. El Nano salió muy aliviado y contento del chapuzón.

- ¡Gracias, chicos! Sois unos auténticos amigos - dijo el Nano, y le pegaron.

Giman hacía la guardia. Estaba depilándose los pies, cuando el Parjolillo se despertó.

- ¿Has visto mi medallón rojo con un demonio de 8º nivel? - preguntó.

- Me lo he comido - respondió Giman. Ahora comprendía por qué las tripas le incitaban al pecado constantemente.

Caminaban tranquilamente por la llanura, camino del Bosque Fucsia. Los bardos iban calladitos porque las dos veces que intentaron cantar se llevaron una buena zurra. Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, no decía nada por si acaso. Giman hablaba con sus tripas acerca de la condenación eterna. Bárbara permanecía meditabunda desde que vio a un hombre nadando en un río tras un banco de barbos. Coñan practicaba con la espada mientras cabalgaba, para ganar tiempo, y su pobre caballo tenía más cicatrices que un domador de gatos. El Guerrero del Antifax se había sentado al revés sin darse cuenta y ahora no hacía más que dar la lata insistiendo en que estaban retrocediendo. Por último el Parjolillo se entretenía en lamer la crin de su caballo cuando vio a una horda de orcos acercándose hacia ellos con evidentes intenciones de descuartizarles. Ante tal situación, tomó una decisión desesperada.

- ¡Chicos, contenedles mientras yo me largo! - gritó mientras huía a grandes saltos. Su grito sirvió para poner a sus amigos sobre aviso del ataque con la suficiente antelación para que no pudieran evitarlo de todas formas, de modo que los orcos empezaron a vapulear a nuestros héroes. Sin embargo, el Parjolillo no contó con que nuestros jirous (heros) sobrevivirían a aquella matanza. Pero así fue. Los orcos estaban muy bien armados, eran muy fuertes y muy numerosos, pero nuestros héroes se salvaron porque los orcos no regulaban su nivel de colesterol, por lo que en plena batalla les dio un ataque al corazón y fenecieron.

- ¡Esta vez nos hemos librado por poco! - dijo Coñan.

- ¡Ese maldito mago cobarde nos las pagará! - dijo Giman, y se sintió desolado.

- Grroooouuuurgpfs uungrfsa roooarggdks - dijo Bárbara, y la verdad es que tenía razón.

- Ahora no podemos entretenernos, debemos llevar este mensaje al rey del Bosque Fucsia. Creo que podríamos pasar la noche en el bosque de Arraflaflás, al que temen los orcos - propuso el Guerrero del Antifax mientras Giman se depilaba las cejas.
- A lo mejor encontramos panales de rica miel - rió Pipumpapumpi su propio chiste, pero como los demás no lo cogieron, le patearon la boca por idiota.
Perenne oscurecía la tarde cuando nuestros héroes llegaron a los lindes de Arraflaflás (nombre que, por cierto, les sonaba mucho a nuestros muchachos). Se encontraron de nuevo al Parjolillo, y después de los abrazos y los besitos por el alegre reencuentro, le patearon las tripas. Después de linchar al Parjolillo por cobarde y al Nano porque sí, se adentraron en el bosque al que no se atrevían a entrar los orcos, por ser la morada de la más hermosa raza de la Tierra. O eso decían ellos. Allí habitaban los Purlachufos, y acogieron a nuestros héroes. Y reconocieron al Guerrero del Antifax como al Gran Difamador de los Purlachufos. Y encadenaron a nuestros héroes. Y los arrojaron a las arenas movedizas. Mientras intentaban escapar, nuestros héroes se daban ánimos mutuamente.

- ¡Vamos a morir!

- ¡Socorroooo!

- ¡Piedad, piedad!

Cuando ya estaban con la arena al cuello, aparecieron unos domingueros en un Porsche que les mantearon a todos durante 235 horas, y de resultas de aquello las cadenas se troncharon de risa, con lo que pudieron escapar. Al salir del bosque, Giman se depiló los brazos.

Tras varios encuentros con los orcos similares al anterior, nuestros héroes llegaron a los límites del Bosque Fucsia.

- ¡Debemos entrar ahí, amigos! - dijo el Nano, y le pegaron.

- ¡Te repito que no quiero hacer sacrificios humanos! - le decía Giman a sus tripas. No sólo le pedía que adorase al Maligno, sino que encima le daba la tabarra cada vez que comía algo con ajos, el demonio ese. Giman empezaba a hartarse.

Llevaban varios días de viaje por el Bosque Fucsia cuando empezaron a sentir miedo. Apenas podían dormir, por lo que las noches las ocupaban repasando la anatomía de Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, a base de patadas. Así transcurrían las jornadas hasta que, sin aviso alguno, les atacaron unas arañas enormes. Tan grandes que si fueran elefantes no tendrían 8 patas. Giman, como iba desarmado, se defendió a base de salivazos y palabrotas. Coñan demostró su pericia haciendo hábiles malabarismos con la espada, pero las arañas pasaron de él. Los 3 bardos gemelos se pusieron a cantar, y lo hicieron tan mal que las arañas, en vez de lanzarles telarañas, les lanzaron tomates. Bárbara mató a varias a escobazos. El Guerrero del Antifax cayó ante el enemigo mientras 4 arañas pateaban al Nano con todas las patas que podían usar. Por su parte, el Parjolillo formuló varios de sus hechizos, obligando a algunas arañas a caminar hacia atrás, a realizar concursos de pedorretas y a construir casitas de paja, de madera y de ladrillo. Como la superioridad numérica de las arañas era aplastante, el Parjolillo decidió huir cuando tuvo la oportunidad. Ya las repugnantes arañas iban a acabar con nuestros héroes cuando en ese instante apareció un hermoso elfo con una extraña arma en las manos.

- ¡Raid! - gritaron las arañas. Trataron de huir, pero el elfo fue más rápido y accionó su arma antes de eso. Pero huyeron de todas formas, porque el capullo del elfo lo accionó mirando hacia él, comiéndose toda la carga. Había conseguido poner en fuga a las arañas, pero le había costado caro. En sus últimos momentos de vida, intentó hablar, e hizo señas a los héroes para que se acercaran. Se acercaron y le patearon, con lo que no pudo decirles nada.

Tras algunos días de viaje, y alguna paliza al Parjolillo por cobarde, llegaron hasta una enorme torre negra en medio de un río. Decidieron entrar en ella, con la secreta intención de patear al Nano y arrojarle desde lo alto. Se acercaron en silencio hasta la torre. No creyeron oír nada anormal, excepto a Giman discutiendo con sus tripas algo referente a la fundación de una secta. Tras cruzar el río, entraron en el interior de la torre, donde se encontraron con dos orcos haciendo ganchillo.

- Pues a mí, esto de las horas extras me parece... ¡eh, intrusos! - Rugió el orco más grande, y los dos se abalanzaron contra nuestros héroes. Bárbara hizo caer al primero de un barrido con su escoba, y el Nano hizo caer al segundo interponiéndose insospechadamente entre sus pies. Tras la victoria, le dieron unos cuantos besos de tornillo a Bárbara y unas cuantas patadas al Nano y siguieron camino. Al llegar a una sala, vieron un enorme geranio y delante de él una esfera verde y cristalina sobre un soporte de gran valor.

- ¡Qué pedazo de canica! - rió Pipumpapumpi su propio chiste, pero los demás no le pillaron la gracia. Antes de que le pegaran por idiota, el bardo normal se acercó a coger la bola. En ese momento, el geranio le cogió, le estrujó y se regó con él. Por fin los héroes cogieron el chiste, se rieron y hasta aplaudieron. Hasta tal punto, que el geranio se sonrojó tanto que comenzó a arder.

Un druida malvado, de nombre Porrochof, habitaba en aquella torre. Sintió que habían matado a su geranio, que obtuvo con gran esfuerzo después de injertar un geranio normal en un pulpo sahariano. Tantos años de trabajo a la porra. Fue al encuentro de los héroes para vengarse.

- ¡Malditos blibones, pagaleis cala vuestla osadía! - gritó, olvidándose por un momento de que no era chino. Lanzó un hechizo a nuestros héroes, que pensaron que había fallado porque no sintieron nada especial. Pero no había fallado. La víctima fue Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, el cual sin poder evitarlo empezó a patear despiadadamente a sus compañeros, los cuales se quejaban mucho.

- Oh, ah. Qué pena. Lo siento, amigos, no puedo resistirme al sortilegio - dijo el Nano, pensando que después de todo no era tan malo que te echaran una maldición. Pero lo bueno no dura siempre. Bárbara consiguió lanzar su escoba contra el druida mientras el Nano la pateaba inmisericordemente. El golpe no tuvo mucho efecto en Porrochof, pero le distrajo el suficiente tiempo como para que Giman se lo comiera. El sortilegio que lanzara contra el Nano cesó, y aunque éste intentó seguir pateando a sus amigos, esta vez nuestros héroes no tuvieron problema en devolverle la paliza golpe por golpe. Le patearon y le arrojaron desde lo alto de la torre, como habían pensado en un principio. Cuando bajaron vieron que unos rufianes les habían robado los caballos, por lo que se dieron tripazos contra la torre hasta demolerla. Al volver al bosque, y después de reencontrarse con el Parjolillo, que había huido nada más ver a los dos orcos, le dieron una paliza y siguieron su camino a pie, sin más inconveniente que la conversación de Giman con sus tripas.

- ¡Tantos años estudiando magia druidica para acabar al lado de un montón de espaguetis en escabeche! ¡Si es que no hay derecho! - dijo Porrochof desde el intestino delgado de Giman.

- ¡Y encima con ajos! ¡Todo lo que come siempre con ajos! - dijo el demonio de 8º nivel desde el intestino grueso.

- ¡Maldita sea! ¿Queréis dejar de meteros conmigo? ¡Bastante tengo con que mis tripas rujan por el hambre para que encima me critiquen el régimen - bramó Giman.

- Encima que te lo decimos por tu propio bien... - dijo Porrochof.

- Por cierto, como este patán no parece interesado... ¿querrías tú fundar una secta de adoradores de Belcebús? Te daría lo normal: vida eterna, gran poder, paga mensual y un demonio de peluche muy mono que ruge cuando le aprietas el ombliguito, brilla en la oscuridad, escupe con puntería y te hace unas croquetas de miedo - propuso el demonio al druida.

- ¡Eh! ¡Lo del muñequito no me lo dijiste! - se quejó Giman.

- Porque eres un pringao - le respondió el demonio. Así siguió la conversación durante muchas lunas sin que llegasen a un acuerdo. Varios días después, nuestros héroes llegaron hasta una ciudad en medio de un lago. Estaba convertida en cenizas, y los habitantes trataban de huir.

- ¿Qué ha ocurrido? - preguntó Coñan en medio del caos.

- Pues que la ciudad ha ardido, tarugo - le contestó un anciano con mala cara.

- ¡Maldito capullo! - gritó Coñan y le metió un tajo al viejo. Pero el mandoble, en vez de cortarle en rebanadas, le volvió joven, y el viejo se puso muy contento.

- ¡Milagro, milagro! - dijo el viejo, que ya no lo era, mientras saltaba de alegría. Y saltaba tan alto que en medio de un salto se lo comieron los buitres y sólo cayeron los huesos. Pero como estaba tan contento no se dio cuenta y siguió saltando. Los ciudadanos, al verlo, huyeron presa del pánico.

- ¡Un esqueleto que salta, aaaaah! - gritaron los más tontos. Los más listos corrían. Nuestros héroes decidieron hacerse cargo de la situación.

- Hemos de impedir que los orcos atraviesen esa colina, para que el pueblo pueda escapar. Boing Bum Tchack llevará las levas de ancianos y niños. Bárbara y Coñan a los guerreros. Cada bardo llevará a un grupo de arqueros y yo al resto de los guerreros - dijo el Guerrero del Antifax. No incluyó a Giman porque no le pareció buena idea.

- ¡Os van a matar! ¡A todos! ¡Aaaah! - decían las tripas de Giman.

- Te matarán y te abrirán en canal. Y entonces seremos libres - dijo el demonio.

- Serás libre tú, macho, que yo ya estoy medio digerido - aclaró Porrochof.

- ¡Callaos de una vez, malditos! - gritó Giman mientras le daba un potente puñetazo a sus tripas.

- Gilipollas, gilipollas - rieron a coro el demonio y el druida mientras Giman se retorcía de dolor a consecuencia del golpe que él mismo se había dado. Mientras, las levas estaban pateando al Nano para levantar la moral.

Era la tarde. Los ejércitos estaban cavando sus propias tumbas, para levantar el ánimo. Los arqueros se subieron a los árboles para mirar desde arriba. Los guerreros afilaban sus armas y las levas pateaban al Nano. De pronto el enemigo apareció. Los orcos llevaban pesadas armaduras que les obligaban a avanzar reptando. Algunos de ellos iban montados en terribles foxterrier malignos. Los arqueros dispararon contra éstos últimos, pero el viento les devolvió las flechas y acabó con ellos. Los orcos se lanzaron contra los guerreros.

- ¡Al ataque, mis valientes! - dijo Coñan, y sus guerreros avanzaron.

- ¡Moriremos matando! - vociferó Pipumpápumpi, el gemelo guapo al frente de los arqueros que quedaban.

- ¡Por la victoria! - gritó Pipumpapumpí, el gemelo feo, lanzándose a la batalla con un grupo de guerreros.

- ¡Groouuurpfs oarg iaunnnngrfs! - chilló Bárbara, pero como no le entendieron, sus guerreros se quedaron allí parados y los orcos les masacraron.

- ¡Ay, ay, ay, ay! - Gemía el Nano mientras los orcos le pateaban.

- ¡Atacad de frente, chicos! - gritó el Parjolillo a sus levas, y mientras los orcos las masacraban aprovechó para huir de allí sin que le viera nadie.

Aunque tuvieron muchas bajas, no tardaron mucho los orcos en alzarse con la victoria. Nuestros héroes escaparon por poco, con sus ejércitos maltrechos y diezmados, pero felices, pues eran muy optimistas.

- ¡No todo está perdido, muchachos! - dijo el Nano, y le pegaron. El ejército avanzaba lentamente, pues no tenían caballos ya que se los habían comido. Por fin llegaron de nuevo a la ciudad y todos estuvieron de acuerdo en que les sonaba el lugar. Decidieron acampar ahí, por ser la primera cosa. No tardaron mucho en darse cuenta de que los orcos les vigilaban de cerca.

- ¿Cómo sabes que están cerca? - le preguntó Pipumpapumpí a un vigía.

- ¡Coño! ¿Es que no los ves? - dijo el vigía señalando a los orcos con un dedo, que perdió porque uno aprovechó para comérselo de un bocado.

- Sí, creo que tienes razón - admitió Pipumpapumpí mientras el vigía gritaba. Y cuentan que al acabar la guerra el vigía partió hacia tierras lejanas, donde se encontraría con un gran héroe y noble caballero que, al verle, le metería los dedos en los ojos, y el vigía, al no ver, se despeñaría por un barranco. Pero esa es otra historia, y punto.

- Podríamos huir - dijo el Nano, y le pegaron.

- ¡Grooouargpfs rioirgfs ngaaah! - propuso Bárbara.

- ...y además, siempre que quisieras, esputarías unas babas verdes y viscosas que chanan mogollón - le proponían a Giman sus tripas. Los orcos se acercaron aún más, hasta que presentaron batalla. Nuestros héroes lucharon bravamente contra los orcos, menos el Parjolillo, que se subió a un árbol, según él, para ofrecer apoyo logístico. Coñan hacía hábiles piruetas con su espada, pero todos pasaban de él. Excepto un orco que se sentó delante de él y las admiró con entusiasmo. Y cuentan que al final de su vida, aquel orco habló de su visión a sus compañeros, los cuales, emocionados, le abrieron en canal, motivo por el cual su vida llegó a su fin. Mientras tanto, la lucha continuaba. El Guerrero del Antifax se debatía contra seis orcos que le estaban dando collejas hasta que se les ponían las manos rojas. Los bardos gemelos fueron vencidos, untados con alquitrán y plumas y echados a patadas del campo de batalla. El Nano era pateado miserablemente por Giman, el Parjolillo se batía en retirada y, por último, Bárbara diezmaba las filas enemigas a escobazos pero, como era una mujer, le quitaron importancia al asunto. Cuando parecía que iban a ganar, apareció un mago maligno que se lió a lanzar hechizos a los buenos. Giman dejó tranquilo al Nano y salió del campo de batalla dispuesto a acabar con el mago. Algunos orcos le atacaron para impedirlo, pero los repelió a patadas.

- ¡Tú, maldito, tus días de hechicería han terminado! - díjole Giman al mago.

- No le haga caso, que es un pringao - dijéronle al mago las tripas de Giman.

- Jodido demonio, como te pille... - no pudo terminar la frase. Aquella distracción fue todo lo que necesitó el mago para conjurar a un enorme retrete infernal que ahora le estaba mordiendo la pierna a nuestro héroe. Giman se volvió y se dio cuenta de que iba a tirar de la cadena.

- ¡No podrás librarte de ella, héroe, pues está encantada! - dijo el mago, y la verdad es que la taza parecía muy contenta. Giman no conseguía abrir sus fauces de roca, así que se la comió. Acto seguido se volvió hacia el mago, que estaba acobardado.

- Y ahora que no tienes a tu guardaespaldas hechizado ¿qué piensas hacer? - dijo Giman. En ese momento, la taza tiró de la cadena y sus tripas sonaron a desagüe.

- ¡Nooooooooo, no, no, no, noooooo! - gimió Giman mientras de sus tripas surgía el sonido de una cisterna rellenándose. El mago aprovechó para escapar hacia lugares remotos. Y cuentan que en su huida llegó hasta un reino mágico donde las cigüeñas se llevaban con las patas las claraboyas de los tejados y los hombres estaban siempre resfriados y andaban hacia atrás. El rey del lugar le ofreció una recompensa si conseguía retirar la maldición que les aquejaba y el mago, tras lanzar un sortilegio que terminó con aquella maldición, murió aplastado por cientos de claraboyas. Mientras tanto, los orcos que no habían sido vencidos morían a causa de una anemia causada por el régimen de verduritas con el que controlaban su nivel de colesterol.

- Esta vez nos hemos librado por poco - dijo Coñan mientras Giman se pateaba el píloro.

- La próxima vez no será tan fácil - dijo el Guerrero del Antifax. De pronto, vieron a lo lejos un ejército que se les aproximaba.

- ¡Aaaaal ataqueeeee! - gritó Pipumpápumpi, el gemelo guapo. Todos los ejércitos se lanzaron con sus jefes al frente, menos las levas, en las que el Parjolillo se había quedado guardando la retaguardia. Poco duró la batalla, que ganaron nuestros héroes casi sin bajas.

- ¡Victoria, amigos! - gritó el Guerrero del Antifax.

- Hemos vencido! - gritaron los otros héroes.

- ¡Eh, vosotros, que éstos eran de los nuestros! - dijo uno, que era muy observador.

- Coño, por eso no presentaron batalla a la primera carga - supuso Coñan.

- ¡Ojalá todas las batallas fueran así! - dijo Giman.

- ¡He matado a mi hermano! - dijo uno, que al fin se dio cuenta.

- Gi... li... po... llas... - dijo el hermano.

- Bueno, en todas las guerras hay bajas, y tu hermano luchó como un valiente - dijo el Nano, y le pegaron. No hallando consuelo en ningún lugar, y abatido por los remordimientos, el fratricida quemó el bosque, cosa que no podían soportar los elfos. Por ese motivo le echaron las culpas al Parjolillo, así que patearon al Nano. Tras este incidente, siguieron camino hacia la Montaña del Bebedor, llamada así porque era el reino de los Enanos, y todos eran unos borrachos. Por eso se llevaban tan mal con los elfos, que eran abstemios. Los humanos, como no eran una cosa ni otra, se llevaban mal con todos. Pronto llegaron a la montaña. Allí estaba Gandulf esperándoles, pero en ese momento estaba durmiendo. Como nuestros héroes tenían mucha prisa, le acoplaron un embudo en cada oreja y le gritaron bien fuerte “¡DESPIERTAAAAA!”. Y se despertó, pero a partir de entonces quedó medio tonto. Los héroes esperaron a que dejara de temblar para hablarle.

- ¡Saludos, oh, Gandulf! Hemos cumplido con éxito la misión - dijo Giman.

- ¿Qué misión? - preguntó Coñan. Bárbara no dijo nada.

- Lindo, lindo pajarito - respondió Gandulf.

- Bueno, teníamos que llevarle esta caja a alguien - dijo el Parjolillo enseñando la caja.

- Sí, a un rey - dijo el Nano, y le pegaron.

- Entregaos al mal y seréis ricos - dijeron las tripas de Giman.

- ¡Maldita sea! ¿Quieres callarte de una vez? - dijo Giman.

- No, no, déjalas que hablen - dijo el Guerrero del Antifax, interesado.

- Choui, choui, qué lindo es, qué lindo va - dijo Gandulf.

- ¡Claro! ¡Teníamos que entregarle la cajita al rey del Bosque Fucsia! - recordó Pipumpapumpí, con cara de haber visto mundo. Giman se depiló las tripas, las cuales se quejaron.

- ¡Capullo! ¡Ten más cuidado! - dijeron.

- ¡Os jodéis! - respondió Giman con cara de malo. Por fortuna para nuestros héroes, el rey del Bosque Fucsia también estaba por allí, por lo que decidieron darle la cajita. Pero el rey no la cogió, porque el aviso de que venían los orcos a atacarle ya se lo habían dado los mismos orcos, mediante el pillaje y el saqueo. Por suerte para los elfos, los orcos habían hecho demasiado ejercicio para adelgazar y estaban derrengados, sucumbiendo todos por el agotamiento. El rey felicitó a nuestros héroes colgándoles por las narices del palo mayor.

- ¡Como se ha puesto por nada! - dijo el Nano, y le pegaron como pudieron. Pronto empezó la batalla. En un principio los allí presentes se habían reunido para linchar a unos enanos que se estaban poniendo como cubas en el interior de la montaña y a otros que venían a ayudarles. Nuestros héroes no podían soportar ver una batalla sin participar en ella, así que se desasieron las narices y se lanzaron todos al combate, excepto el Parjolillo, que sí podía soportarlo. Justo cuando se iba a producir el encontronazo entre los dos ejércitos, llegaron cantidades ingentes de orcos y atacaron a todos. Por primera vez elfos, humanos y enanos lucharon juntos, pero no demasiado, que los enanos estaban ebrios y no eran guerreros de fiar. Nuestros héroes mataron a muchos orcos, excepto el Nano, al que estaban pateando un montón de orcos, humanos, enanos y elfos. De repente, alguien apuntó al cielo, hacia una gran mancha oscura.

- ¡Las Águilas, llegan las Águilas! - gritó. Todos se quedaron quietos, mirándolas, pero pasaron en seguida y la batalla se reanudó. El Parjolillo estaba bien oculto detrás de una roca. Pronto quedó patente que los orcos eran superiores en número y armamento, pero por suerte para nuestros héroes, de repente los orcos murieron de salmonelosis.

- ¡Esta vez nos hemos librado por poco! - dijo Coñan. La Batalla de los 5 Vinos había terminado. Los héroes fueron llamados por el rey para ser condecorados.

- ¿Rgrd43 ot h43ioy5 ewoyit48 cr3we vt546767 vrgreio qw7q32 12 3frew576? - preguntó el rey del Bosque Fucsia a nuestros héroes.

- ¡Mamón! - dijeron las tripas de Giman. Y a pesar de la convincente explicación que le dieron, el rey les mandó degollar.


FIN

lunes, 21 de abril de 2008

TRANSFORMERS ANIMATED

Los que me conocen saben que tengo cierta simpatía por los transformers. Poca cosa, la nostalgia, ya saben. Confieso que hasta tengo alguna figurilla. Una o dos. Cualquiera que afirme que son catorce miente, que lo sepan.

El caso es que los transformers acaban de estrenar serie hace relativamente poco y ya tienen su propia linea de juguetes. Por supuesto todos se transforman en vehículos y en robots, como siempre, pero conservan los diseños de la serie, estilo amerimanga, y son una pocholada, oigan. Aquí les dejo el diseño del bueno de Optimus Prime. Para ver el resto de figuras, pasense por aquí. Eso si, si les dan grima los bichos con muchas patas, no pinchen en la galería de BlackArachnia.


miércoles, 2 de abril de 2008

ORIGENES

¡Y seguimos con los relatos de fantasía absurda! Este en concreto también está inspirado en una película, como el anterior, aunque parodia buena parte del argumento. Y es que se trata de una precuela que narra el origen de Coñan el Bárbaro. Solo aparecen tres de los nueve personajes habituales, pero es el primer relato que empezó a parecer menos horroroso que los otros. Por cierto ¡un gallifante virtual al que se atreva a dibujar al estandarte y el tío que lo porta! xD

Disfrútenlo. O no.





“Lo que no mata, engorda”
Friedrich Nietzsche.


El Viajero ató su caballo a la entrada de la posada. Entró en ésta y se sentó en una mesa que estaba libre. El ambiente estaba cargado, y todos los clientes reían atronadoramente.

- ¡Una cerveza, por favor! - pidió el Viajero. Cuando le fue servida, el Viajero la bebió con avidez, pues muchas jornadas de viaje habían agotado sus fuerzas y secado su garganta. Casi inmediatamente, notó un dolor punzante en el estómago. La boca le ardía. Dejó caer la jarra en la mesa, y vio cómo de su interior surgía una sustancia que no debería estar allí. Le habían envenenado.

- ¡Socorrooo! - gritó el Viajero mientras se levantaba aterrorizado. Se acercó a un parroquiano y le pidió ayuda, pero éste se limitó a romperle la mandíbula de un puñetazo. El impacto le envió violentamente hacia una mesa cercana. Aterrizó en ella de espaldas, y nada más hacerlo, los individuos que la ocupaban le cortaron las orejas con sus cuchillos. Manchado por su propia sangre, el Viajero se acercó tambaleante a la puerta, pero antes de llegar, un tipo de aspecto rubicundo le degolló de oreja a oreja. Conteniendo la hemorragia como podía, el Viajero se arrastró hasta su caballo y consiguió subirse a él. Mientras se marchaba del pueblo, unos individuos le atacaron con sus espadas, produciéndole severos cortes en los muslos. También le arrojaron puñales, y consiguieron alcanzarle tres de ellos, que le produjeron otras tantas hemorragias internas. Malherido, el Viajero decidió que nunca más volvería por allí, y partió en busca de otros pueblos donde la gente fuera más hospitalaria.

¡Ja! Eso es lo que les pasa a los extranjeros en la tierra de los bárbaros. Allí nació mi amo. Y seré yo quien cuente ahora su historia. Una historia de suma aventura.


ORÍGENES
(EDICIÓN ESPECIAL)


Coñan nació en un día nublado, motivo por el cual le llamaron bárbaro. Según crecía, se iba haciendo mayor. Su padre y su pueblo le adiestraron en el arte de la lucha, pero mi Señor estaba destinado a abandonar a su gente a temprana edad, siendo aún un niño.

- Los dioses habitan en el cielo, Coñan, pero Dios es Cromf, que vive en la tierra. Por eso es un dios, porque no necesita vivir en el cielo para estar en la tierra - le dijo a mi Señor su señor padre.

- Los gigantes también vivían en la tierra - continuó, - pero no eran dioses, pues aunque Cromf viva en la tierra es un dios, pues para él su Montaña es como el cielo, aunque este bajo él.
En el caos de los tiempos, los gigantes le arrebataron a Cromf el enigma del acero. Cromf se irritó, ¡y la tierra tembló! Pero la Montaña de Cromf no se cayó, aunque debiera haberlo hecho, pues estaba en la tierra y no en el cielo, donde están los demás dioses que viven como en la tierra, menos Cromf, que vive en la tierra pero está como en el cielo. El caso es que la ira de Cromf derribó a aquellos gigantes, y dejó olvidado en el campo de batalla el enigma del acero. Nosotros lo encontramos. Y no somos dioses. Ni gigantes. Sólo hombres. Por eso tenemos los pies bien puestos en la tierra. Los pies y la cabeza, pues los gigantes tenían la cabeza en el cielo y los pies en la tierra. Cromf no, Él tenía la cabeza en el suelo y los pies en la tierra, porque su Montaña no está en el cielo, sino debajo de él, aunque esté por encima por ser más que lo que está debajo, ¿comprendes, Coñan?

- Sí - respondió mi señor, que era capaz de hacer lo que fuera para que aquello se acabara de una vez.

- Por eso tropiezan los que miran hacia el cielo. Pretenden ser dioses y no son ni gigantes. Sólo son hombres - mi señor asintió sin saber por qué.

- ¿Sabes cual es el enigma del acero, Coñan? No puedes confiar en nadie de este mundo. Ni hombre, ni mujer, ni animal... ¡en nada! - señaló a la espada que sujetaba a su lado. - En esto sí puedes confiar, Coñan.

- ¿En tu mano peluda? - preguntó mi señor, en aquel entonces muy joven e inexperto. Detalle, no obstante, que no le impidió a su padre darle la paliza de su vida por hacer preguntas estúpidas. La madre de Coñan, por su parte, además de guerrera era sacerdotisa, por lo que se pasaba la vida mirando hacia el cielo para entrar en comunión con su Dios (que, sin embargo, estaba en la tierra).

Dije antes que mi Señor abandonó su pueblo siendo niño. Eso ocurrió una fría noche de verano. Coñan intentaba pescar algo con el anzuelo depositado en la superficie helada del río, sin conseguir más que se le constiparan todos los gusanillos que empleaba. Entonces atacaron. Los gusanos no, sino un ejército temible. Nadie sabía quienes eran ni qué querían, pero no dejaban títere con cabeza. Siempre les precedía un enorme estandarte, con dos serpientes enfrentadas, entre un sol negro y una luna negra, con montañas a los lados, en las que se veían dos ejércitos de tiroleses arrojándose piedras. También podían verse montones de pájaros que, alcanzados por las piedras que lanzaban los tiroleses, caían a un valle en mitad de una selva, en el que se los comían crudos unos ancianos barbudos y vestidos de verde. Sin que los abueletes se dieran cuenta, varias docenas de lobos rojos les acechaban. Pero unos hombres cabalgando unos escorpiones con piernas de mujer corrían a salvarles, mientras unos paracaidistas se lanzaban desde lo alto de las cabezas de las serpientes para interceptarles. Todo ello contemplado por unos jabalíes ociosos desde unas gradas dispuestas a tal efecto. El tío que llevaba el estandarte parecía herniao por el peso, y de hecho lo estaba. Y cuentan que al final el pobre hombre fue incapaz de sostener el estandarte, quedando herniao y torcido de por vida. En pago a sus servicios, y como compensación por su lesión, le echaron a patadas y cogieron a otro por la mitad de sueldo. Pero al final tuvo suerte y, aprovechando su defecto, un político le contrató para que acariciara niños en sus campañas. Pero esa es otra historia y ahora no viene a cuento. Volviendo a lo que nos interesa, aquellos salvajes saquearon y mataron, y se llevaron a los niños para que les sirvieran como esclavos. Mi Señor estaba entre ellos. A los niños los usaban para mover enormes molinos, quién sabe con qué finalidad. Pero mi señor tuvo mala suerte, y a él y a los de su pueblo les encadenaron a un molino de viento que tenían que mover a base de soplidos.

Así pasaron los años. Los demás esclavos murieron de un síncope y mi Señor tuvo que mover el molino él solo, por lo que al llegar a la edad adulta desarrolló una capacidad pulmonar que daba miedo. Por aquel entonces, un mandamás decidió entrenarle como gladiador para apuestas y esas cosas. Para que aprendiera, no se le ocurrió nada mejor que encerrarle en una jaula con el guerrero más salvaje que pudo encontrar: un individuo de aspecto iracundo, que en su fiereza había perdido la capacidad de hablar y lo único que hacía era rugir. Ese guerrero, por cierto, era el Viajero, que a fuerza de meterse en posadas bárbaras se convirtió en un individuo despiadado y cruel. La pelea pronto derivó en un duelo a bocaos y Coñan consiguió vencer. El mandamás, visto eso, decidió entrenarle de verdad y le asignó un maestro oriental que, por supuesto, sabía Kung Fu y además les pegaba patadas a los que sonreían. Con el paso del tiempo, Coñan se convirtió en un gran guerrero, y sus victorias nadie se preocupó de contarlas.

- Temo que mis hijos no lleguen a comprenderme. ¡Dime! ¿Qué es lo mejor de la vida? - preguntó el anciano.

- ¡La extensa estepa, un caballo feliz, balcones en tu puño y el viento en tu mirada! - contestó uno de los hijos. Pausadamente, porque lo estaba leyendo. Luego levantó la cabeza y sonrió como un imbécil.

- ¡Mal! Dime, Coñan, ¿qué es lo mejor de la vida? - preguntó el anciano.

- ¡Aplastar enemigos! ¡Verles destrozados, y oír el lamento de sus mujeres! - mientras el anciano felicitaba a Coñan, unos domingueros se apearon de su Porsche y les mantearon a todos durante 43 horas. Mi Señor fue el primero en despertarse y huyó.

Llegó hasta un bosque, en el bosque había una casa, y hacia allí se dirigió. Una hermosa mujer (todas las mujeres de los cuentos son hermosas) salió a recibirle.

- Saludos, bárbaro. ¿Quieres calentarte en mi fuego? - preguntó la mujer.

- Pero si estamos en verano, mamona - respondió Coñan. Oyó unos gritos, pero no sabía de qué podían ser, así que no les hizo mucho caso. Decidió entrar en la casa, con la firme intención de decirle a la mujer que apagara el fuego, que no hacía falta. Ella, en cambio, se lió a echar polvillos de colorines a la chimenea. El fuego estalló en múltiples oleadas de nubes multicolor durante un instante.

- Si quieres apagar el fuego con arena deberías echar más - dijo Coñan, ignorando que su anfitriona era una bruja. Ésta se acercó a él lo más eróticamente posible.

- Buscas algo, bárbaro, y yo puedo ayudarte.

- ¡Si! Busco un estandarte, un símbolo.

- ¿Y cómo es ese símbolo, bárbaro? - dijo la bruja arrojando más polvillos al fuego.

- Si arrojases todo el saco apagarías el fuego.

- ¡Deja ya en paz el jodido fuego y contesta!

- Pues... eran dos serpientes, unidas, enfrentándose. Pero parecían una, pues tenían la cabeza en el suelo, y había dos montañas de tiroleses con piernas de mujer, que se elevaban sobre un valle que estaba en el cielo, aunque parecía la tierra, porque un montón de viejos verdes se devoraban entre sí a pedradas.

- ¿Pero de qué coño estás hablando? Eso no es un símbolo ni es nada - dijo la bruja arrojando más polvos al fuego. Al ver eso, Coñan acabó por hartarse, cogió el saco y lo vació en la chimenea, ante la mirada horrorizada de la bruja.

- ¡Joder, ya está bien! Mira cómo ya se ha apagado el... - no pudo terminar la frase, pues no tardó en verse propulsado por los cielos merced a una espeluznante explosión provocada por la insensata cantidad de magia arrojada sobre el fuego. Y él fue el más afortunado, porque de la bruja nunca más se supo, unas trescientas hectáreas de bosque fueron arrasadas y unos señores que pasaban por ahí se convirtieron en un híbrido entre una chincheta y ellos mismos. Y cuentan que esos señores fueron repudiados por las personas normales, que les llamaba monstruos, y tuvieron que huir a lejanas tierras, donde llegarían a ser adorados por una raza primitiva de carpinteros. Pero esa es otra historia y no creo que les interese.

Al aterrizar, Coñan notó que el suelo era más mullido de lo que hubiera esperado. Esto se debía a que había aterrizado sobre alguien que estaba encadenado a una pared.

- ¡Dame comida, para que tenga fuerzas para enfrentarme a los lobos! - dijo el individuo.

- ¿Por qué estás encadenado a la pared? - preguntó Coñan.

- Para que no me escape - respondió el prisionero, y Coñan le pateó por imbécil.

- Aigsfl, está bien, urgfs, me ató la maldita bruja, agfs - gimió el prisionero.

- ¿Cuánto hace de eso? - preguntó Coñan.

- Dos semanas.

- ¿Y en todo ese tiempo no te han comido ya los lobos?

- Deberían, pues muchas veces me han visitado ya, pero en vez de morderme, se dedican a patearme entre todos - dijo el reo. Coñan rió, y decidió soltarle. Seis días mas tarde, decidieron presentarse, que todavía no lo habían hecho.

- Yo soy Coñan. Vengo del norte, seguro. ¿Tú quién eres?

- Yo me llamo Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos me maten, y vengo del reino de Alejandro Sedeaquí, mi padre - dijo el Nano, y Coñan le pegó. Tras las presentaciones partieron a Forroflás la magnífica, ciudad de muchos prodigios. Al llegar allí, Coñan se dedicó a pegar puñetazos a los dromedarios, y como aquello no les hacía gracia a los habitantes de aquella ciudad, éstos se dedicaron a patear al Nano. Había nacido una gran amistad. Decidieron dedicarse a robar, que era un oficio seguro y honrado.

- Hoy desvalijaremos esa gran torre. ¿Qué te parece, Nano? - Coñan se volvió y vio que su interlocutor no le contestaba porque le estaban pateando unos rufianes, que no tardó Coñan en espantar. Antes de que el Nano le diera las gracias, Coñan se dedicó a patearle. Arrastrándose como un vil gusano, Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, consiguió seguir a Coñan hasta la inmensa torre, aunque le mordieron un montón de ratas por el camino. Al llegar a la entrada, vieron una figura entre las sombras.

- ¿Quién eres? - dijo Coñan. Inmediatamente los tres se pusieron en posición de combate. La figura salió a la luz.

- Vosotros no sois héroes - dijo la figura, bajando la guardia.

- Y tú no eres una diosa - dijo Coñan. Y efectivamente no estaba ante una diosa, sino ante un hombre alto, calvo, musculoso y carente de vello corporal, que pareció molestarse mucho ante el comentario. Era Giman, el héroe, y estaba realmente enfadado.

- ¡Malditos capullos! - dijo Giman y se lanzó a la carga, atacando con su famosa espada larga plegable. Coñan se defendió haciendo unas gráciles piruetas con su espada, pero no tuvo que defenderse del extraño, pues Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten, insospechadamente, tuvo la habilidad de colocarse entre las piernas de Giman, el cual comenzó a patearle. Una hora más tarde, el Nano y los brazos de Coñan estaban destrozados, y Giman, más a gusto, empezó a depilarse una oreja.

- ¿Sabes, guerrero? Creo que trabajamos mejor juntos - dijo Coñan.

- Sí, ¿hacia dónde os dirigís? - contestó Giman.

- ¡Aiiiiiiigsfl! - Dijo el Nano.

- Vamos a entrar en esa torre para robar. ¡Vente con nosotros! - dijo Coñan.

- No... aigsfl... que... no... vengaa... - dijo el Nano, y le pegaron. La torre era enorme, muy alta. Pero no impidió que nuestros héroes la escalaran, porque éstos no entendían de medidas. Una vez arriba, buscaron un sitio por el que entrar. Encontraron un enorme pozo que atravesaba la torre.

- ¿Creéis que es muy profundo, chicos? - preguntó el Nano antes de que lo arrojasen por el foso. Tardó unos dos minutos en oírse el golpe en el fondo, tiempo que cronometraron perfectamente nuestros héroes.

- Yo calculo muchos metros, ¿y tú? - dijo Giman.

- Yo veo el infinito - dijo Coñan. Sin preocuparse mucho más, bajaron por el pozo. Habrían tardado mucho en bajar si a Coñan no se le hubiera ocurrido cortar la cuerda por la que se deslizaban para ir más rápido. Una vez abajo, patearon al Nano y se separaron para explorar el lugar. Giman fue solo. Llegó hasta una sala en la que unos monjes estaban siendo manteados por unos domingueros que luego huyeron en un Porsche, de modo que aprovechó para llevarse algunas cosillas.

Entretanto, Coñan y el Nano vagaban por los sótanos del templo, y encontraron una sala en la que había una enorme serpiente y una joya tan grande, que si la llevaseis en vuestras manos durante 6 días, acabaría por aburriros. Coñan decidió llevarse la joya, aprovechando que la serpiente estaba pateando al Nano. Luego cogió un palo del suelo y lo lanzó lejos, diciéndole a la serpiente que lo buscara. La serpiente obedeció y Coñan aprovechó para salvar al Nano. Salió con él de la sala, cerró la puerta y cuando se volvió vio que unos monjes estaban pateando a su amigo.

Giman, por su parte, estaba luchando contra unos monjes que le habían descubierto tratando de llevarse el gong de ceremonias. Como lo usaba de escudo, los mazazos de sus contrincantes estaban creando tal estruendo que ya las paredes de la torre empezaban a crujir. Giman retrocedía lo más rápido que podía, aguantando con gran esfuerzo el equilibrio, ya que las vibraciones le hacían temblar como un flan. El resto de los monjes del templo se volvían locos tratando de determinar la localización exacta del gong, que cada vez sonaba en un sitio distinto.

Mientras tanto, Coñan estaba pateando al Nano en compañía de los monjes. Aquella experiencia les hizo tan amigos que se entristeció mucho cuando les abrió la cabeza de un mandoble.

- ¡Vamos, Nano, tenemos que encontrar a Giman! - dijo Coñan.

- ¡Aaaiiiigsflll! - dijo Dorimedonte Teodosio "el Nano", villanos le maten.

En el momento de irse, Coñan vio colgada en la pared una miniatura del estandarte que recordara de su niñez, así que lo cogió y le hizo al Nano cargar con ello, que para algo debía servir. Siguiendo los ecos del gong, nuestros dos héroes no tardaron en encontrar a su compañero, ya perseguido por toda una legión de monjes.

- ¡Vamos, hay que huir de aquí! - dijo Coñan. Justo en el momento en el que se volvía, llegaron más monjes por la única salida que les quedaba.

- Bien, ahora las cosas se ponen interesantes - dijo Coñan mientras el Nano empezaba a gritar pidiendo clemencia. Los monjes no hicieron mucho caso a sus ruegos. Se abalanzaron sobre ellos y empezaron a patearles. Por suerte para nuestros héroes, en ese momento los monjes fueron absorbidos por un vórtice interdimensional.

- ¡Esta vez nos hemos librado por poco! - dijo Coñan. Tras patear un poco al Nano, huyeron de la torre. Apenas salieron de ella, la torre se derrumbó sobre sus cimientos. En ese momento Giman pensó que para qué quería el gong y lo tiró.

Estaban en una posada, gastando el dinero que habían robado, cuando los guardias del rey Pofinf 6º les pidieron amablemente que fueran ante su real presencia.

- ¿Dónde está el tercero? - preguntó uno de los guardias acerca del Nano.

- Se lo han comido los leones - mintió Giman. Pero en realidad lo que habían hecho los leones era patearle, por lo que unos guardias lo trajeron también, aunque un poco maltrecho.

- ¡Ay, ay, ay, ay, ay, ay! - se quejaba el Nano.

- ¿Se lo han comido los leones? - dijo el guardia, y empezó a reírse. Se rió tanto, que se desmayó por la asfixia, y cuando se despertó no podía dejar de sonreír. Y cuentan que desde entonces todo el que le veía alejaba las inquietudes de su corazón, y le embargaba la felicidad. Complacido con su don, el guardia decidió usar su sonrisa para ganarse la vida haciendo anuncios de detergentes. Pero esa es otra historia y ahora no podemos contarla. Les condujeron ante el rey.

- ¿Rgrew w3 ggrkek55 5 e89ww4 hqv q3 j43 43 r34i 3rfaeee? - preguntó el rey.

- ¡Nooo, piedad! - gritó el Nano, y le pegaron.

- ¡Tceo fd 4nvraspKJ3ND zz. 4´Wqw+ m4sn a1gre 5312! - dijo el rey. Durante tres días y tres noches estuvieron dialogando. Al final, soltaron a nuestros héroes y éstos se marcharon en busca de venganza. Venganza por el pueblo de Coñan.

- ¿Tú a qué dioses rezas, Nano? - preguntó Giman.

- Pues rezo a... ¡ay, ay, ay, ay, ay, ay! - dijo el Nano cuando empezaron a patearle. Mientras se retorcía de dolor en el suelo, Giman le repitió la misma pregunta a Coñan.

- Yo rezo a Cromf. Pero le rezo poco. No me hace ni puto caso. Aunque la verdad es que no se a dónde dirigir mis plegarias, porque Él vive en la tierra y no en el cielo, porque es un dios y no un gigante, ¿sabes? Y cuando yo muera me preguntará el enigma del acero, y yo le tendré que contestar que su mano tiene pelos, porque si no me echará del Balaja, que es como llamamos a la montaña que aún siendo del cielo, está en la tierra. Porque los dioses caminan cabeza abajo para distinguirse de los hombres, que se caen si no miran por dónde pisan. ¿Y tú, a quién rezas? - dijo Coñan, pero Giman no le contestó. De hecho, tardó muchas lunas en recuperar el habla y la razón. Lunas que aprovecharon para viajar hacia la guarida del rey de las serpientes.

Muchos días mas tarde, se encontraron con un nutrido grupo de individuos que llevaban túnicas con florecitas y tocaban la pandereta con las nalgas. Iban desaliñados y con barba, pero parecían muy felices. Decidieron preguntarles a ellos si conocían el paradero del Rey Serpiente.

- Precisamente vamos hacia él, hermano. Tira tu arma y regresa a la tierra - dijeron.

- No puedo regresar a la tierra porque ya estoy en ella, puesto que no soy un dios, sino un hombre que no vive en las montañas. Porque las montañas están en los cielos debido a que los gigantes tenían pelos en los pies .. ¡Hey! - el monólogo de Coñan fue interrumpido por sus compañeros, que se temían lo peor. A pesar de su rapidez, llegaron demasiado tarde, y no pudieron impedir que aquellos hombres quedasen lobotomizados y convertidos en estatuas babeantes, destinadas a servir de adorno a aquel camino hasta el fin de los tiempos. Quizá por su inmovilidad no fueron molestados por unos domingueros que se acercaron en un Porsche y se dedicaron a mantear a our jirous durante 432 horas. Maltrechos, nuestros héroes llegaron hasta la montaña de poder del Rey Serpiente.

- Pues esa montaña está en la tierra, pero bien pudiera... ¡eh! - dijo Coñan, que no pudo continuar ya que sus oyentes huían colina abajo. En vista del éxito, decidió seguirles. Muchos feligreses de Traskachanga, el Rey Serpiente, estaban esperando a que éste hablara. Nuestros héroes decidieron suplantar a algunos feligreses. Cuando localizaron a tres cuyas tallas se adaptaban a las suyas, se lanzaron sobre ellos. Los monjes se defendieron lo mejor que pudieron, pero pronto sucumbieron ante los héroes y éstos se pusieron sus túnicas. Disfrazados de esa guisa se dirigieron hacia la multitud. Los guardias que vigilaban a los feligreses se extrañaron mucho de aquel trío de monjes que llevaban túnicas rajadas y manchadas de sangre aún fresca, pero que sin embargo no tenían herida alguna en su cuerpo. Se acercaron a interrogarles y nuestros héroes, para que no les reconociesen, decidieron degollarles ahí mismo, en medio de la multitud, con la esperanza de que no les viera nadie.

- ¡Aaaaaagh! - gritaba Coñan mientras un guardia le pisaba la mano. Se encontraban en presencia de Traskachanga. Habían sido llevados allí después del numerito que montaron en el valle, degollando gente sin parar. Al Nano le estaban pateando y a Giman le estaban sacando brillo a la calva, para mayor escarnio. Los guardias del Rey Serpiente iban armados con mazas enormes, y salvo uno que era muy fuerte, todos eran incapaces de levantarlas. También había muchas tías buenas, vestidas con túnicas en forma de escorpión. Y alrededor del templo, estaban las terribles serpientes sagradas de Traskachanga, gigantescas, siempre bailando y emitiendo sus ensordecedores cantos tiroleses.

- ¡Iooooleeeeeeeleeeiiiiii, iorleleiorleleiorleleiiiiiiiiii! - cantaban las serpientes. El canto era tan ensordecedor que todos llevaban tapones en los oídos, por lo que tenían que comunicarse por señas. Traskachanga habló, y las serpientes cesaron en su canto.

- ¿Quienes sois, ladrones, que habéis venido a robarme a mi casa? - dijo.

- ¡Tú... tú mataste a mis padres y acabaste con mi pueblo! - dijo Coñan.

- Debió ser cuando era más joven, cuando buscaba... algo.

- El... el enigma del acero.

- ¡No! Lo que yo buscaba era convertirme en el Rey Serpiente para así poder obligar a mis hombres a llevar mi estandarte como símbolo. El capullo del rey anterior no quería el estandarte que yo mismo diseñé porque lo consideraba demasiado discreto - restalló Traskachanga.

- ¿Y mataste a mi pueblo para llevar ese estúpido estandarte? - preguntó Coñan.

- ¡Serás cabrón! ¡No es estúpido, es glorioso! ¡Te mataré por ese insulto!

- Diga que sí, que está muy bien - dijo el Nano, y le pegaron por pelota.

- Antes de matarte, te explicaré cual es el enigma del acero, observa - dijo Traskachanga. Se volvió hacia una de las tías buenas que había en un alto y le dijo a una que se tirara. Ella le dijo que ni hablar. Él le dijo que o se tiraba o iba a ver lo que era bueno. Ella le dijo que subiera si tenía cojones. Él le dijo que sí y se fue para allá. Según subía por las escalerillas las serpientes, al ver que su amo se había callado, se pusieron a cantar justo cuando le tenían enfrente, a la altura de sus cabezas, de tal suerte que Traskachanga se llevó todos los decibelios concentrados de sus cantos a través de sus orejas. Con el cerebro convertido en una souffle de chorizo, Traskachanga vibró hasta el borde de un precipicio, por el que cayó. Tardó 327 horas en llegar al fondo, no porque fuera un barranco muy profundo, sino porque en el fondo le estaban manteando unos domingueros que habían llegado en un Porsche justo en el momento en que caía. Pero eso no lo sabían ni sus lacayos ni nuestros héroes, que lo único que veían era al Rey Serpiente volar arriba y abajo en el vacío. Los sicarios, creyendo que estaban presenciando un milagro, se arrojaron detrás de su rey y se estamparon contra el duro suelo que les esperaba unos 400 metros más abajo.

Nuestros héroes, no teniendo nada que les retuviera allí, decidieron marcharse.

- ¿En qué piensas, Coñan? - preguntó Giman.

- Traskachanga me ha explicado el enigma del acero, y yo no lo he entendido - respondió.

- Si te digo la verdad, yo tampoco. No te preocupes por ello, compañero. Los asuntos de los hechiceros son muy difíciles de comprender - dijo Giman. Y así se marcharon los tres de aquel lugar. Iban todos felices y contentos, excepto uno, que sentía que había tenido frente a sí algo largamente buscado y ahora no sabía por dónde coño pillarlo. Pero esa es otra historia y ahora me tengo que ir a comer, así que la dejaré para otro día.


FIN